El desnudo imposible: cuando Lily James se convirtió en Pamela Anderson y el mito ardió en silicona

Hay momentos en los que el erotismo cinematográfico alcanza una forma tan mutante, tan artificial y a la vez tan magnética, que ya no importa qué parte es carne y cuál es prótesis, qué es actriz y qué es avatar. En Pam & Tommy (2022), la miniserie que nadie pidió pero que todos vimos, Lily James —la británica más recatada desde Jane Austen— se transformó en el tótem sexual noventero por antonomasia: Pamela Anderson. Y no fue una transformación simbólica, sino quirúrgica, plástica, prostética. Fue una metamorfosis donde el cuerpo se convirtió en maquillaje, y el maquillaje en simulacro perfecto del deseo colectivo.

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El desnudo de Lily James como Pamela no fue un desnudo en sí mismo. Fue un holograma erótico. Una ilusión tan calculada que rozaba lo perverso. Nada era exactamente de Lily James, pero todo estaba allí: el cuerpo escultural, los pechos rotundamente diseñados, el rostro resplandeciente en látex de alta definición… Era como si Hollywood hubiera decidido resucitar a una diosa sexual mediante cirugía digital y bisturí dramatúrgico, fusionando a la niña bien con la bomba sexual sin necesidad de escoger. Como si Marilyn hubiera encarnado a Marilyn.

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Y sin embargo, algo ocurrió. Algo funcionó. Porque el espectador —ese voyeur hambriento de piel y nostalgia— no preguntó demasiado. No quiso saber qué porcentaje del cuerpo era realmente Lily y cuánto provenía del departamento de prótesis. Lo que quería era ese instante fugaz, esa escena que arde como un gif eterno en los rincones libidinosos de internet. Y lo tuvo. Una especie de glitch erótico, donde la simulación se impone a la autenticidad y el mito se alimenta de su propia réplica.

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Lily James, con su cuerpo reimaginado y su acento domado, se convirtió en un ideal compuesto, en un fantasma carnal hecho de silicio, memoria televisiva y deseo masculino. Fue como si el imaginario sexual de dos generaciones colisionara y diera a luz a una criatura nueva: la Pamela-James, el golem sensual de la era del deepfake, del morbo renderizado.

No sabemos cuánto hubo de Lily James en ese desnudo. Quizá nada. Quizá todo. Pero ahí está el truco: el erotismo no necesita certeza, solo sugestión. Y esa escena —pulida, milimétrica, innecesariamente perfecta— sigue flotando en el aire digital como un fuego fatuo, un destello de piel prestada, una leyenda erótica compuesta de iconos superpuestos.

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Porque al final, el cuerpo de Lily James ya no le pertenecía: era el cuerpo de una fantasía colectiva, reprogramado para revivir los años en los que Baywatch era el evangelio de la hormona, y la cinta de Tommy y Pam, la Biblia del sexo pirateado. Y eso, con prótesis o sin ellas, ya forma parte de la mitología pop del siglo XXI.

Un desnudo que no era un desnudo. Un mito dentro de otro mito. Un cuerpo que nunca existió… y que sin embargo sigue excitando.

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