Alice Eve y el cristal del pudor: cuando el cuerpo se vuelve territorio prohibido

Alice Eve y el cristal del pudor: cuando el cuerpo se vuelve territorio prohibido

En Territorio prohibido (Crossing Over, 2009), antes de que las compuertas de la Enterprise la lanzaran a los sueños húmedos de toda una generación nerd, Alice Eve ofreció un instante de vulnerabilidad y carne que aún hoy reverbera en las esquinas más ocultas de la pantalla. Fue una aparición breve, un desnudo sin ornamentos, sin música dulzona ni filtros amables. Un cuerpo mostrado con firmeza, sin pedir permiso.

Y, sin embargo, tras verla desnudarse en Star Trek: en la oscuridad (2013)—o mejor dicho, tras verla desnudarse para nosotros mientras Kirk es el único que no aparta la mirada—Alice Eve quedó fijada como emblema sexual de una nueva ciencia ficción: esa que ya no teme al cuerpo, pero aún lo encapsula en vitrinas de plexiglás estético.

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Volvamos a Territorio prohibido, porque ahí está el germen. Alice interpreta a una aspirante a actriz británica sin papeles ni papeles legales, arrastrada a un chantaje sexual por un funcionario de inmigración. La escena, seca como un martillazo en el alma, la muestra desnudándose para conseguir una firma. Pero hay algo en su mirada, en la tensión de sus hombros, que subvierte el erotismo fácil. La sensualidad no está en el cuerpo sino en su temblor. En ese pudor cruzado con orgullo. En esa resignación que no se rinde. Eve no se desviste como lo haría una starlet: lo hace como una prisionera que elige el cuchillo con el que no morir del todo.

3008733 Alice Eve y el cristal del pudor: cuando el cuerpo se vuelve territorio prohibido

Años después, J.J. Abrams decidiría regalarle al público masculino un plano gratuito de Alice Eve en ropa interior azulada, dentro de una nave estelar. La secuencia en sí no tenía sentido dramático. Pero funcionó como mantra visual para toda una generación de fanáticos de la ciencia ficción que aún arrastran la libido entre galaxias. Eve, con su gesto entre asustado y retador, se convirtió entonces en esa rareza llamada “sex symbol cerebral”. No era la más voluptuosa, ni la más explícita, pero había algo en su rostro helénico, en su dicción perfecta y en esa forma de mirar como si analizara tu ADN, que la convirtió en icono.

Y todo había empezado ahí, en esa escena áspera y cruel de Territorio prohibido, donde el cuerpo no era deseo sino arma. Donde el erotismo no estaba en el striptease sino en la dignidad. Una escena olvidada, quizás, pero que contiene todo lo que Alice Eve ofrece al ojo del espectador: una belleza que duele un poco. Que exige. Que no se deja ver sin consecuencias.

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Verla hoy, en retrospectiva, es redescubrir el inicio de un viaje: el de una actriz que no se convirtió en símbolo por el capricho de los algoritmos, sino porque supo desnudar más que su piel. Supo desnudar, con una sola escena, la hipocresía del sistema migratorio, el hambre de los cuerpos invisibles, y la contradicción eterna del espectador que desea y se avergüenza de desear.

Alice Eve no solo fue el cuerpo en la ciencia ficción del nuevo milenio. Fue la grieta por donde entró de nuevo el erotismo con conciencia. Y eso, en tiempos de plástico espacial, la convierte en un tesoro de carne y pensamiento. Un territorio tan prohibido como necesario.

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