El cine erótico, ese territorio donde la sensualidad se despliega como protagonista, alberga en su vastedad diversos subgéneros. Entre ellos se encuentra el llamado «softcore», caracterizado por una sutileza que muchas veces raya en la insipidez narrativa. Sin embargo, dentro de este terreno tan frecuentemente insustancial, Bolero se erige como una de esas raras excepciones dignas de mención.
La fama de Bolero no puede entenderse sin remontarnos al fenómeno que fue 10, la mujer perfecta (1979), dirigida por Blake Edwards. En esta obra, Bo Derek, símbolo absoluto de la sensualidad ochentera, se consagró como uno de los grandes mitos eróticos del celuloide. Bajo la dirección de su marido, John Derek, Bo protagonizó una serie de películas que intentaron perpetuar el aura de aquella icónica aparición, siendo Bolero la más célebre y, paradójicamente, la más controvertida.
El planteamiento de Bolero es sencillo: retomar las viejas narrativas de pasión racial y exotismo para envolver una historia cargada de morbo. Ambientada en los años 20, la película presenta a Bo Derek como una joven que abandona el rigor de un internado británico con una misión en mente: perder la virginidad y alcanzar el éxtasis sexual. Este viaje iniciático la lleva a Marruecos y España, escenarios que exploran un imaginario orientalista y un folklorismo ibérico que, en la época, alimentaban los estereotipos del «macho ibérico».
La cinta cuenta con la presencia de Ana Obregón, en un papel de gran atractivo, y una joven Olivia d’Abo, cuya participación suscitó una notable polémica. Sin embargo, es la figura de Bo Derek, con su melena dorada y su inocencia cargada de erotismo, quien monopoliza el discurso visual del filme. En contraposición, la representación de lo femenino en lo racial no logra resonar con el público anglosajón, reflejando el gusto hegemónico de su tiempo, que priorizaba la pureza estética de las mujeres de rasgos nórdicos frente al mestizaje que, hoy, domina los cánones de belleza global.
Uno de los elementos más memorables de Bolero es su cuidada ambientación, que contrasta con la superficialidad de su guion. La puesta en escena, especialmente en las secuencias de desnudos, alcanza un grado de elegancia que eleva el filme por encima de sus carencias narrativas. Las imágenes de Bo Derek desnuda a lomos de un caballo cartujano no solo se convirtieron en el emblema del filme, sino también en una representación icónica de una época y una moda.
A pesar de sus limitaciones, Bolero logró consolidarse como una obra de culto dentro del cine erótico, resguardando un espacio en la memoria cinéfila gracias a su estilo visual y a la audaz entrega de su protagonista. Por ello, merece figurar en cualquier lista que busque rescatar aquellas películas donde la sensualidad y el arte se entrelazan, aunque sea de forma imperfecta.