El culo que conmovió España

El culo de tokyo: la revuelta de la carne contra el uniforme

Hubo un instante en La casa de papel en que el mundo se detuvo. No fue una explosión, ni un disparo, ni siquiera un giro de guion. Fue un plano. Un cuerpo. O, para ser precisos, un culo. El de Úrsula Corberó —Tokio— avanzando en ropa interior por los pasillos de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre como quien carga un manifiesto bajo la piel.

Porque lo que parecía un momento de alivio visual en una serie tensa y masculina, se convirtió, sin quererlo (o queriéndolo demasiado), en un hito de la televisión global. No por gratuito, sino por profundamente simbólico. Ese trasero perfecto, filmado con una mezcla de descaro pop y solemnidad bélica, representaba una grieta en el blindaje narrativo: la carne desafiando al uniforme, el deseo irrumpiendo entre la pólvora.

Corberó, que ya había construido un personaje de pólvora y curvas, hace de ese momento una revolución. No se trata solo de que esté buena —aunque lo está con una rotundidad que haría temblar a Bernini—, sino de que el plano en sí funciona como tesis: el cuerpo, cuando es consciente de su potencia, puede incendiar más que una bomba.

Tokio, en ese encuadre, no es solo una ladrona. Es una musa armada. Y su culo —ese que recorrió España y medio planeta como un himno de carne— no es un ornamento, sino una bandera: un recordatorio de que la sensualidad también puede ser resistencia. Que en medio del caos, del poder, del Estado y del sistema, hay cuerpos que se niegan a ser invisibles. Y que cuando caminan con determinación y encaje negro, pueden sacudir incluso a los que no querían mirar.

Y sí, España se conmovió. Pero lo que tembló no fue solo el deseo. Fue el orden. Porque hay planos que no se olvidan. Y hay culos que, simplemente, hacen historia.

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