El último tango en parís: la resurrección pagana del erotismo cinematográfico

El último tango en parís: la resurrección pagana del erotismo cinematográfico

Hay obras que no solo pertenecen a su tiempo, sino que lo violentan, lo transgreden y, en última instancia, lo redefinen. El último tango en parís (1972), de Bernardo Bertolucci, es una de esas piezas. Su aparición, en un momento en que los vientos de la revolución sexual se entrelazaban con los últimos temblores de la modernidad burguesa, no fue simplemente la de una película provocativa; fue la irrupción del erotismo como tragedia, como duelo existencial, como rito de paso hacia una forma más cruda —y más desesperada— de entender la carne.

tumblr_mzsb0fIPLs1skkk0wo1_400 El último tango en parís: la resurrección pagana del erotismo cinematográfico

En un París crepuscular y desencantado, Bertolucci convierte un apartamento vacío en un templo profano donde dos cuerpos, el de Marlon Brando y el de Maria Schneider, se buscan y se destruyen con la violencia muda de quienes ya no creen en la redención emocional. El sexo en El último tango en parís no es celebratorio ni cursi; es un lenguaje sin palabras, un grito de dolor en el umbral de la aniquilación.

La conmoción que la cinta provocó en su época —censuras, procesos judiciales, amenazas de encarcelamiento— no puede ser entendida únicamente como una reacción moralista ante la exposición de la desnudez o el acto sexual. Más profundamente, lo que escandalizó fue la crudeza con la que Bertolucci despojó al erotismo de su barniz romántico. El cuerpo, en su película, no es el instrumento de la felicidad sino el territorio baldío donde el hombre moderno, huérfano de sentido, busca una imposible absolución.

tumblr_o83jwpE8qG1rfd7lko1_500 El último tango en parís: la resurrección pagana del erotismo cinematográfico

El escándalo de El último tango en parís no radica en la piel mostrada, sino en el alma desollada que se adivina detrás de esa piel. Frente a la tradición cinematográfica que envolvía el deseo en metáforas floridas o en estéticas de la sugestión, Bertolucci optó por el salto mortal: mostrar la obscenidad no como algo externo, sino como algo intrínseco a la condición humana.

El erotismo que emana de esta obra no pertenece a la esfera del placer hedonista, sino a la del dolor metafísico. Es el erotismo de lo perdido, del vacío, del encuentro entre dos seres que, al amarse sin nombres, sin pasado y sin futuro, intentan desesperadamente negar la muerte que presienten en cada latido.

El último tango en parís abrió así una fisura en el imaginario colectivo. Después de ella, el erotismo cinematográfico nunca volvería a ser del todo inocente. Lo que antes podía sugerirse con un roce, con una mirada furtiva, exigía ahora una confrontación directa con la vulnerabilidad absoluta del ser desnudo. Obras posteriores como Nueve semanas y media, Eyes wide shut o incluso el La vida de Adèle deben algo a esa osadía primera: la de haber roto para siempre el tabú de la representación total.

tumblr_o2wf3lBOOD1rfd7lko1_400 El último tango en parís: la resurrección pagana del erotismo cinematográfico

Hoy, en tiempos en que la exposición corporal en la pantalla se ha vuelto moneda corriente, pocas películas consiguen reactivar esa inquietud visceral que El último tango en parís despertó. Porque la verdadera transgresión no está en mostrar cuerpos desnudos, sino en revelar, a través de ellos, la herida invisible de la existencia.

El erotismo cinematográfico, cuando es auténtico, no es simplemente lubricidad ni espectáculo: es un arte de la verdad, un espejo en el que el ser humano reconoce su fragilidad, su hambre infinita de amor y su certeza inevitable de muerte. Bertolucci, con su último tango, nos obligó a mirar ese espejo. Y, tal vez, nunca terminamos de perdonárselo.

7dtuqdil9ddb1 El último tango en parís: la resurrección pagana del erotismo cinematográfico

Allí, en aquel apartamento anónimo bañado por la luz mustia de París, dos cuerpos se abrazaban como náufragos conscientes de que ningún puerto los aguardaba. No era el amor lo que los unía, sino la urgencia brutal de existir un instante más antes de hundirse.
Bertolucci, con la crudeza de un orfebre despiadado, nos recordó que bajo cada caricia late un abismo, que todo beso es también una despedida y que en el temblor de la carne vibra, secreta e inextinguible, la certeza de nuestra soledad más profunda.
Así, el último tango en parís no nos mostró simplemente el sexo: nos mostró el alma, desnuda y temblorosa, enfrentada al ocaso.

Puede que te hayas perdido esta película gratuita