Jackie Chan revela la agresión que sufrió a manos de Bruce Lee: «De repente, mi vista se puso negra, porque me pegó justo en la cabeza»
Bruce Lee y Jackie Chan: el relámpago y la risa que se cruzaron en el set de ‘Operación Dragón’
Bruce Lee, fuerza fundacional del cine de artes marciales, y Jackie Chan, acróbata de la carcajada y el golpe certero, compartieron fugazmente el mismo escenario en el rodaje de Operación Dragón (1973), ese templo cinematográfico donde Oriente rugió en Occidente por primera vez. En ese encuentro se rozaron dos mitologías: una ya en su cénit, la otra apenas germinando.
Figura irrepetible del cine de acción, Lee transformó para siempre la representación del combate en pantalla. Nacido en San Francisco y criado entre los callejones de Hong Kong, esculpió su leyenda con una filmografía tan breve como abrasadora: Kárate a muerte en Bangkok (1971), Furia oriental (1972), El furor del dragón (1972) —donde además dirigió—, y su épica internacional Operación Dragón (1973), de Robert Clouse. Su carisma era un imán absoluto, su filosofía de vida una rebelión contra la rigidez, y su estilo de combate, una danza entre la furia y el control. Bruce no solo combatía: pensaba el golpe, lo coreografiaba desde el alma.

Pero como toda estrella fugaz, su luz ardió demasiado pronto. En julio de 1973, a los 32 años, falleció de manera súbita. Las causas médicas —una presunta reacción a un analgésico tras un edema cerebral previo— jamás lograron calmar el rumor o el dolor. El mundo perdió al dragón, pero no su aliento: su influjo permanece vivo en cada coreografía milimétrica, en cada rostro de determinación que brota en pantalla.
Fue en ese vacío que comenzó a crecer la figura de Jackie Chan, un joven doble de acción con espíritu burlón, físico felino y la sonrisa como escudo. Chan no imitó: inventó. Donde Lee era gravedad y sabiduría, Jackie fue ligereza y humor. Sus inicios como extra en películas hongkonesas fueron seguidos por un estallido de creatividad que tuvo su doble epifanía en La serpiente a la sombra del águila y El mono borracho en el ojo del tigre (ambas de 1978, dirigidas por Yuen Woo-ping), donde perfeccionó una fórmula única: kung-fu más slapstick, patada más carcajada.
En Operación Dragón, Chan era apenas un rostro más entre la multitud de combatientes, pero su encuentro con Lee fue para él una epifanía íntima. Décadas después, Chan aún evoca esa anécdota como si la herida hubiera sido sagrada:
“Corrí hacia él y, de repente, vi negro. Me había golpeado sin querer. Cuando cortaron, Bruce vino corriendo: ‘¡Lo siento, lo siento!’. Yo ya me sentía bien, pero fingí dolor solo para que me abrazara un rato más”.
Y luego, el instante mágico:
“Me preguntó mi nombre. Le dije: Jackie. ‘¿Qué estilo practicas?’, preguntó. ‘El del sur’, respondí”.
Aquella breve conversación fue una suerte de bautismo. Lee, sin saberlo, bendecía al heredero que nunca intentaría ocupar su trono, sino levantar uno propio.

Ambos artistas representan dos caminos divergentes y profundamente complementarios en la historia del cine de acción. Lee es la llama que arde con intensidad serena, el monje guerrero; Chan, el bufón acróbata, el que cae para levantarse con una voltereta. Ambos —con su cuerpo, su mirada, su ética y su arte— convirtieron al cine en un dojo universal donde se entrena no solo el cuerpo, sino el espíritu.
Y en aquel instante invisible de 1973, cuando uno se disculpó y el otro fingió el dolor, la leyenda y el aprendiz sellaron un pacto sin palabras. El dragón le dio paso al cometa.