La sonrisa que chocó contra el mundo

La sonrisa que chocó contra el mundo

Todo comenzó con un choque, de esos triviales y cotidianos que suelen encender la mecha de la furia urbana.
En un supermercado cualquiera, bajo la luz blanca y tediosa de los fluorescentes, dos carros colisionaron al doblar por el mismo pasillo estrecho, allí donde las galletas tentaban y los cereales brillaban en sus cajas multicolores.

Los dos desconocidos se miraron por un instante, y en ese diminuto espacio donde suelen brotar las chispas del fastidio, algo insólito ocurrió.
No surgió el reproche ni la mirada afilada que clama por justicia inmediata.
No.
Surgió una sonrisa. Pequeña al principio, tímida, como un brote que asoma entre las grietas de una acera. Luego, la otra persona respondió con la misma sonrisa, y de pronto ambos parecieron compartir una absurda complicidad por ese encontronazo inocente.

Y así, cada uno siguió su ruta entre las estanterías, llevando consigo aquella sonrisa que había nacido en el lugar donde solía crecer la ira.

Uno de ellos llegó a la caja, aún con la sonrisa prendida en los labios, como si le colgara una pequeña lámpara de alegría. La cajera, habituada al desfile gris de gestos apurados y ojos encendidos de prisa, se sorprendió al encontrar aquel rostro sereno, casi luminoso.
Fue inevitable: la sonrisa se le pegó, se le deslizó hasta los músculos de la cara, y sin darse cuenta, ella también comenzó a sonreír.

Al cerrar su turno, con la sonrisa aún palpitando, la cajera salió a la calle y, sin pensarlo, le regaló una sonrisa a un hombre que caminaba con la cabeza hundida en su abrigo.
Aquel gesto, tan gratuito como un soplo de viento, fue suficiente para que algo en el pecho del hombre se abriera. Caminó un poco más ligero, más suelto, hasta que al doblar la esquina, vio a una mujer que forcejeaba con un carrito atascado en la acera. Sin palabras, él se acercó y la ayudó, casi con una reverencia, y al hacerlo, la mujer le ofreció una sonrisa agradecida, una de esas que iluminan la tarde más pálida.

Esa sonrisa cruzó la ciudad como un susurro contagioso, como una chispa que salta de tronco en tronco, hasta llegar a un banco de parque donde una anciana contemplaba sus propias manos como quien repasa el tiempo perdido.
Una joven que pasaba la miró y, sin razón aparente, le ofreció una sonrisa abierta, sincera, que parecía decir: “Te veo. Estás aquí. Eres valiosa.”
La anciana la sostuvo como quien recoge un regalo frágil, y en ese instante decidió algo que había postergado durante años: levantaría el teléfono, llamaría a su hijo, aquel al que no hablaba desde hacía demasiado.

Esa llamada, nacida de una sonrisa remota, cambió un destino.
Remendó un puente.
Abrazó una distancia.

depositphotos_567022074-stock-photo-i-got-this-thing-to-fotor-20250616175946 La sonrisa que chocó contra el mundo

Todo comenzó con un choque.
Un simple roce de carros en un supermercado.
El lugar perfecto para que naciera la ira, pero donde, por una vez, floreció la risa.

Y esa pequeña chispa siguió danzando por la ciudad, encendiendo un corazón, luego otro, luego otro más, como si el mundo —por un instante— recordara que también sabe girar al ritmo de la ternura.

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