Dos policías, dos arquetipos en contraste: uno blanco, uno negro; uno fiel a las reglas, el otro, un espíritu indomable que desafía las convenciones. En el universo de Shotgun, seguir las normas no solo puede costarte la vida, sino también el alma. Este escenario familiar, que ha sido explorado innumerables veces en el cine de acción, se convierte en un festín de clichés que, lejos de ser un defecto, se presenta como la verdadera fuerza motriz de la película.
El protagonista, Ian ‘Shotgun’ Jones, interpretado con una seriedad imperturbable por Stuart Chapin, se lanza a la caza de un maníaco sádico y misógino vestido con un perturbador traje de gimp. Es precisamente esta interpretación sin rastro de ironía la que dota al film de un encanto peculiar; lo que en otras manos podría haber sido una parodia, en Shotgun se convierte en una celebración del exceso y la ridiculez. Todo en la película se toma con la más absoluta gravedad, lo que irónicamente amplifica su carácter disparatado y la convierte en un deleite para quienes aprecian el humor involuntario.
La película se desliza por la cuerda floja entre lo absurdo y lo sublime, especialmente en secuencias como aquella en la que Jones y su compañero construyen un tanque improvisado a partir de chatarra. Es un ejercicio de pura tontería, pero ejecutado con tal convicción que resulta inevitablemente divertido. La banda sonora, que destila la esencia de los años 80 con solos de guitarra estridentes y un tema principal dedicado al héroe titular, refuerza aún más este tono camp que se ha vuelto sinónimo de la era.
El despliegue visual de Shotgun sigue la línea del cine de acción de bajo presupuesto, pero en lugar de obstaculizar la experiencia, esto añade una capa adicional de encanto. Las escenas de acción, como el momento en que un hombre es arrojado repetidamente a una pila de cajas de cartón desde múltiples ángulos, o las secuencias que incluyen a un villano abogado arrogante, prostitutas, y un hombre incendiado y atropellado, conforman un mosaico de exageración visual que define el carácter de la película.
A pesar de las obvias comparaciones con Lethal Weapon, de la que Shotgun parece haber tomado prestada su estructura básica, el film se distingue por su genuina capacidad de entretenimiento. Aunque carece de los elevados valores de producción y de las estrellas de renombre, esta carencia se convierte en su propia virtud. Stuart Chapin y Rif Hutton, con sus actuaciones desbordantes, ofrecen una experiencia que podría rivalizar, en términos de diversión, con los titanes del género.
Una escena particularmente memorable es la de los dos protagonistas, supuestamente embriagados, cuyas actuaciones sugieren un viaje alucinógeno más que una simple borrachera. Es uno de los momentos de ebriedad actoral más hilarantes y descontrolados que el cine haya visto, y encapsula perfectamente el espíritu del film.
En conclusión, Shotgun es una película que, aunque carente de pretensiones artísticas elevadas, se erige como un ejemplo sublime de cine trash. Con su mezcla de acción, sordidez y un humor involuntario que raya en lo surrealista, esta joya escondida es un testamento a la capacidad del cine para entretener en sus formas más puras y desinhibidas. Para los amantes de las malas películas, Shotgun es una obra maestra del entretenimiento accidental.