Arena y deseo

Arena y deseo

El sol descendía lentamente sobre el horizonte, tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras. La brisa marina traía consigo el aroma salino, y las olas lamían la orilla con una cadencia hipnótica. Daniel, un joven estudiante de literatura, caminaba descalzo sobre la arena, sintiendo su tibieza disiparse con la llegada de la noche.

Entonces la vio.

A unos metros, en una zona apartada de la playa, una mujer de curvas perfectas se erguía desnuda sobre la arena dorada. Su piel brillaba con diminutas perlas de agua, y su cabello húmedo caía desordenadamente sobre su espalda. No parecía notar su presencia, absorta en la contemplación del mar.

Daniel sintió que su respiración se aceleraba. Había leído sobre diosas emergiendo de las aguas en poemas antiguos, pero jamás pensó que presenciaría algo así.

—¿Te gusta lo que ves? —su voz era grave, pero con un dejo de diversión.

Él titubeó, sin saber si responder o apartar la mirada.

Ella se giró lentamente, sus pezones endurecidos por la brisa. No había timidez en sus ojos oscuros, solo curiosidad.

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—Ven —susurró, tendiéndole la mano.

Daniel avanzó, sintiendo su pulso martillar en las sienes. Cuando estuvo lo bastante cerca, ella deslizó los dedos sobre su pecho, siguiendo la línea de sus músculos con suavidad, y luego bajó las manos hasta desabrochar el primer botón de su camisa.

La luna emergía del océano cuando sus cuerpos se unieron sobre la arena húmeda, entre caricias y suspiros, con la marea como único testigo.

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