Netflix y la codicia de los fondos buitre: el asedio a la industria del videojuego

Netflix y la codicia de los fondos buitre: el asedio a la industria del videojuego

Después de haber infiltrado la industria cinematográfica con su modelo depredador, empapado de dinero sin alma y desprovisto de cualquier atisbo de pasión artística, Netflix ahora fija su mirada en un nuevo objetivo: los videojuegos. Como hiciera con el séptimo arte, el gigante del streaming y sus inversores, que no distinguen entre una obra maestra y un producto de consumo desechable, pretenden someter el mundo del videojuego a la misma lógica perversa: maximizar beneficios, eliminar intermediarios y sacrificar el alma de una industria en el altar de la rentabilidad inmediata.

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Bajo el pretexto de la accesibilidad, Alain Tascan, presidente de la división de videojuegos de Netflix, anuncia con prepotencia que los niños ya no sueñan con una PlayStation 6, sugiriendo que el futuro del ocio digital está en plataformas sin hardware, en la disolución de la consola como entidad física. Pero tras ese discurso supuestamente visionario se esconde una verdad más sombría: Netflix no busca innovar, sino reemplazar un ecosistema gestionado por creadores y empresas apasionadas por otro donde el control absoluto recaiga en las suscripciones y en un acceso efímero, donde el usuario jamás posea realmente su contenido.

Los videojuegos han sido, desde sus orígenes, el fruto de la pasión y la dedicación de visionarios que han construido mundos y narrativas con el mismo celo con el que un cineasta compone un encuadre o un novelista esculpe una frase. Pero Netflix y sus financistas no entienden de arte, solo de estrategias de mercado, de métricas y de números en un balance trimestral. Su historia en el cine es prueba de ello: un torrente de contenidos insípidos, carentes de personalidad, diseñados para maximizar el tiempo de visualización en lugar de dejar una huella imborrable en el espectador.

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Ahora, su plan es replicar el mismo esquema con el videojuego, reduciendo la experiencia a un simple servicio de streaming, eliminando el hardware tradicional y convirtiendo el acto de jugar en una transacción efímera, una experiencia desechable sin el peso del legado ni la artesanía que define a los grandes títulos. Pero el cine, pese a los estragos de la lógica corporativa, sobrevive gracias a quienes aún creen en su poder artístico. Y el videojuego, como medio de expresión, no puede permitirse ser otro campo de juego para los buitres de la inversión.

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