El espejismo digital de lo imposible: Robert Downey Jr. y el error de querer rehacer ‘Vértigo’
Hay errores que nacen de la soberbia del presente. Y el de Robert Downey Jr. y su equipo con el remake de Vértigo pertenece a esa estirpe ingenua que confunde el poder técnico con la esencia del cine. El actor, recientemente encumbrado por su regreso al Universo Marvel, ha anunciado su intención de rehacer el clásico de Alfred Hitchcock con una convicción tan moderna como equivocada: “Creo que podemos hacerlo mejor”.
Pero lo que Downey Jr. y compañía parecen olvidar es que Vértigo no se mide en argumento, sino en imagen. La textura fílmica que Alfred Hitchcock consiguió en 1958 con el formato VistaVision —una emulsión amplia, profunda, casi táctil— pertenece a un tiempo irrecuperable. Su color no era solo color, sino temperatura emocional; su grano no era ruido, sino alma suspendida. Pretender revivir eso en digital es como intentar capturar un perfume con una cámara de seguridad.

El nuevo proyecto, escrito por Steven Knight (Peaky Blinders), se ha presentado como una reinterpretación moderna, centrada en las sensaciones de vértigo, miedo y obsesión desde una psicología contemporánea. Downey Jr., inspirado por su experiencia en la escalada, asegura que quiere explorar “cómo se siente estar psicológicamente ridículo de miedo ante algo que debería ser manejable”. Una premisa noble, sin duda, pero que ignora el principio más elemental del arte cinematográfico: en cine, la emoción no se explica, se proyecta.
La Vértigo original era una espiral de deseo y muerte filmada con el ojo de un pintor y la precisión de un arquitecto. El “dolly zoom”, la luz verde que envuelve el rostro de Kim Novak, el rojo que anuncia la obsesión y la caída… nada de eso puede reproducirse desde el laboratorio digital. No porque falte técnica, sino porque falta materia. El celuloide latía; la imagen digital simplemente existe, fría, inodora, sin textura ni misterio.

El remake de Vértigo parece, así, un síntoma más del siglo XXI: la creencia de que toda obra puede mejorarse con píxeles, de que la sensibilidad puede calibrarse en 4K. Pero el cine, como la memoria o el amor, no admite actualizaciones. Hay imágenes que solo viven en su tiempo, y Vértigo pertenece al suyo, al mundo de los colores imposibles, de las sombras químicas que hoy ningún sensor puede soñar.
Rehacer Vértigo es como querer pintar de nuevo la Gioconda porque creemos tener mejores pinceles. El error no está en la intención, sino en la ceguera de creer que la perfección puede ser modernizada. El cine no se mejora: se recuerda, se honra, se contempla. Y Vértigo, esa película que aún gira sobre sí misma como un sueño febril, no pide ser rehecha; pide que aprendamos a mirar.



