AMD hace el trabajo sucio que Microsoft no quiere hacer con la próxima Xbox

Parece que en Redmond se han acostumbrado a mirar desde la barrera. Los rumores sobre el desarrollo de la próxima consola, conocida internamente como Xbox Magnus, apuntan a algo preocupante: Microsoft apenas está metiendo mano en el diseño técnico, y es AMD quien lleva casi todo el peso del trabajo. Mientras los ingenieros de Lisa Su se parten la cabeza con los chips, los de Microsoft parecen más ocupados en aprobar documentos que en soldar ideas.

La comparación con Sony es inevitable. En el lado azul del ring, los equipos de AMD y la compañía japonesa trabajan codo con codo: comparten bocetos, cafés y obsesiones por la eficiencia. Mark Cerny, el arquitecto de las PlayStation, no solo da indicaciones, sino que colabora directamente en el diseño de cada generación, impulsando innovaciones que luego definen la experiencia de juego. Con Microsoft, en cambio, las cosas parecen muy distintas.

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En el podcast Broken Silicon, varios ingenieros de AMD lo decían sin rodeos: “con Sony trabajamos como socios; con Microsoft, como empleados temporales”. Incluso alguno bromeó diciendo que no estaba seguro de que en Redmond quedaran ingenieros. Una ironía que resume bien el ambiente: una relación fría, jerárquica y muy poco creativa.

El resultado de esta distancia es que AMD está desarrollando casi en solitario el SoC Magnus, el corazón tecnológico de la futura Xbox. Según las filtraciones, será un diseño híbrido con CPU y GPU separadas, integración de inteligencia artificial y salida de vídeo directa, un chip potente y moderno… pero con muy poca participación real del equipo Xbox. Microsoft, por lo visto, prefiere hablar de “estrategia de producto” antes que de núcleos, latencias o pipelines.

Y los problemas no son nuevos. Hace tiempo, AMD y Microsoft estuvieron a punto de lanzar una APU ARM personalizada para una consola portátil de Xbox, pero el proyecto se canceló porque los de Redmond no pudieron garantizar un pedido mínimo de diez millones de unidades. Resultado: otro tren perdido. Mientras tanto, Sony y Nintendo siguen apostando por hardware propio y soluciones únicas que les dan personalidad y ventaja.

No sorprende que cada generación de PlayStation logre más potencia con menos consumo, o que sus chips sean más pequeños y eficientes. Eso no es suerte: es ingeniería conjunta, comunicación y ambición compartida. Xbox, en cambio, parece avanzar con el freno de mano puesto, más pendiente del Excel que del silicio.

En resumen, si AMD sigue haciendo todo el trabajo duro y Microsoft continúa refugiándose en la burocracia, Xbox Magnus corre el riesgo de ser una consola potente, sí, pero sin alma, sin ese toque de genialidad que diferencia un buen hardware de un hardware cualquiera.

Quizá ha llegado el momento de que Microsoft decida qué quiere ser: ¿un fabricante de consolas o una empresa que simplemente pone su logo en el trabajo de otros? Porque esta generación podría ser la última oportunidad real de demostrar que aún hay chispa creativa bajo el traje y la corbata.

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