Chiara Ferragni: desnudo, pecado, lujo y algoritmo

Chiara Ferragni: pecado, lujo y algoritmo

Chiara Ferragni no camina, flota. Se desplaza por alfombras rojas, front rows y paraĆ­sos fiscales con la elegancia programada de quien ha entendido —antes que nadie— que el deseo del siglo XXI no se fabrica en Hollywood, sino en Instagram. Ella es la diosa dorada de la era posglamour: una figura que encarna el pecado sin culpa, el lujo sin esfuerzo, la fama sin talento visible… y el algoritmo como orĆ”culo.

Hay algo casi mĆ­stico en su dominio de la imagen: ni actriz, ni cantante, ni modelo al uso, pero mĆ”s reconocible que muchas de ellas. Su cuerpo —fibroso, tatuado con mĆ­nimos acentos de rebeldĆ­a domesticada— es un manifiesto ambulante del nuevo poder femenino: uno que no se oculta, que no pide permiso, que se exhibe mientras factura. Si Ferragni se desnuda en redes, no es por provocación, sino por cotización.

Pero tras la lente del selfie dorado, algo ha comenzado a tambalearse.

Desde el escÔndalo de los panettones solidarios hasta las recientes tensiones con su esposo Fedez, la narrativa de perfección ha comenzado a agrietarse. Y es precisamente en esa grieta donde Chiara se vuelve aún mÔs interesante. La empresaria impoluta ahora es también carne de tabloide, objeto de escrutinio legal, reflejo del vértigo que implica vivir de una marca que no tiene mÔs materia prima que uno mismo.

Ferragni es la virgen y el capital, el branding y la carne. Su rostro estƔ en todas partes, pero su interior es un secreto blindado. Nunca sabremos si hay una niƱa rota detrƔs de la diva, o solo una ejecutiva brillante jugando con fuego. Y es que ese es su verdadero superpoder: convertir cada caƭda en un repunte de mƩtricas, cada suspiro en una nota de prensa.

¿Es Chiara víctima de su tiempo o su arquitecta mÔs audaz? ¿Es culpable de vender ilusión o simplemente espejo de una sociedad hambrienta de ídolos manufacturados? ¿Es libre o prisionera de su propia imagen?

QuizÔ todas las respuestas estén ya programadas en su próximo post.

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