El ascenso de los excéntricos: cuando el espectáculo devoró la política

El ascenso de los excéntricos: cuando el espectáculo devoró la política

En un mundo que alguna vez consideró la política como el arte de la prudencia, el pensamiento estratégico y el equilibrio de poderes, la actualidad nos ofrece un panorama donde el liderazgo global parece dominado por figuras cuya extravagancia desafía la lógica de la historia. ¿Cómo hemos llegado a un punto donde el histrionismo, la provocación y la desmesura han reemplazado al diálogo racional? ¿Cómo sociedades democráticas y regímenes autoritarios han permitido la consolidación de líderes que oscilan entre lo populista, lo mesiánico y lo grotesco?

La banalización de la política

La política, como reflejo de las sociedades que la sostienen, no ha estado exenta de la influencia de las grandes transformaciones culturales. En la era del espectáculo y la inmediatez digital, la lógica del entretenimiento ha colonizado el debate público. La racionalidad política ha sido sustituida por la capacidad de generar emociones intensas: indignación, fanatismo, burla o desesperación. Líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei, Vladimir Putin, Kim Jong-un y Boris Johnson, entre otros, han sabido convertir la política en un espectáculo continuo, donde el escándalo es estrategia y la polarización es poder.

888236-trump-20milei-na-fotor-2025022284532 El ascenso de los excéntricos: cuando el espectáculo devoró la política

La consolidación de estos liderazgos responde a un fenómeno multifactorial. La crisis de los modelos tradicionales de representación ha generado un vacío de confianza que estos personajes han sabido llenar con promesas mesiánicas o narrativas simplificadas. En democracias desgastadas por la corrupción y la falta de respuestas eficaces, la irrupción de figuras que se presentan como ajenas al sistema ha sido recibida con entusiasmo por sectores desencantados. En dictaduras, la extravagancia de los líderes se convierte en un mecanismo de consolidación del culto a la personalidad, una herramienta para proyectar una imagen de poder absoluto e incontrolable.

La política como chiste involuntario

Históricamente, la sátira y el humor político han sido herramientas para desenmascarar el absurdo del poder. Sin embargo, en algún punto de nuestra modernidad, la política dejó de ser blanco del chiste para convertirse en el chiste mismo. Lo que antes eran gags humorísticos o distopías de la ficción se ha convertido en realidad. Discursos incendiarios, decisiones impulsivas y una retórica plagada de insultos, datos inexactos y provocaciones gratuitas ya no son simples accidentes del lenguaje, sino estrategias deliberadas para captar la atención en la era del ruido informativo.

Los medios de comunicación y las redes sociales han jugado un papel determinante en este proceso. En un ecosistema donde la viralidad es la moneda de cambio y la indignación genera más clics que la reflexión, los políticos con mayores cuotas de excentricidad han encontrado el terreno fértil para su ascenso. Las plataformas que en teoría deberían democratizar la información han terminado amplificando la demagogia, favoreciendo a quienes gritan más fuerte sobre quienes ofrecen análisis profundo.

Democracias debilitadas y la normalización de lo irracional

Las democracias modernas han demostrado una alarmante fragilidad ante este tipo de liderazgos. En un contexto de crisis económica, inseguridad y desigualdad creciente, amplios sectores de la sociedad han optado por figuras que prometen soluciones simples y tajantes a problemas estructurales. Sin embargo, la historia ha demostrado que la acumulación de poder en manos de personajes cuyo discurso se fundamenta en la confrontación y el desprecio por la institucionalidad puede derivar en el desmantelamiento de los contrapesos democráticos.

En el caso de regímenes autoritarios, la irracionalidad en el liderazgo se traduce en decisiones unilaterales que pueden tener repercusiones globales. La combinación de nacionalismo extremo, discurso bélico y personalismo mesiánico ha convertido a algunas potencias en actores impredecibles y peligrosos, poniendo en riesgo la estabilidad internacional.

¿Hacia dónde vamos?

Si el espectáculo ha devorado la política, ¿existe una salida? La solución pasa por la reconstrucción de la cultura cívica y el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Es imperativo recuperar la centralidad del pensamiento crítico, promover el debate informado y exigir a los medios de comunicación una responsabilidad mayor en la formación de la opinión pública.

Las sociedades deben replantearse su relación con la política y su tolerancia al absurdo. En una era donde la irracionalidad ha dejado de ser un recurso humorístico para convertirse en una amenaza real, la defensa del pensamiento racional y la responsabilidad colectiva es más urgente que nunca. La historia nos recuerda que las democracias mueren no solo por la acción de sus enemigos, sino también por la indiferencia de sus ciudadanos.