El claroscuro del relato: por qué Steven Spielberg rehúye la apertura amplia en su mirada cinematográfica
En la poética del cinematógrafo contemporáneo, pocas decisiones técnicas dicen tanto sobre un cineasta como la elección del diafragma. Steven Spielberg —maestro indiscutible de la narrativa visual moderna— evita deliberadamente rodar con aperturas muy amplias (wide open), y esa elección no es un capricho cuantitativo, sino una declaración estética y filosófica que atraviesa toda su obra.

Mientras muchos cineastas modernos recurren a diafragmas abiertos para aislar sujetos y crear fondos deliberadamente borrosos, Spielberg hace lo contrario: concentra su atención en la totalidad del encuadre. Para él, cada plano no es un retrato sujeto-centrado sino un campo dramático donde todos los elementos —primer plano, medio y fondo— tienen algo que decir. Esta búsqueda de una profundidad de campo amplia, en la que todo permanece nítido y legible, responde a una visión del cine como espacio narrativo completo, no fragmentario.

Spielberg prefiere lentes gran angular y aperturas más cerradas precisamente porque esto permite mantener todos los detalles en foco, del primer actor al fondo revelador. Esta claridad no es neutral; es un modo de involucrar al espectador no solo con la acción principal, sino con cada gesto secundario, cada objeto, cada textura del escenario.

Esta elección estética hunde sus raíces en una idea profundamente clásica de la imagen cinematográfica: el cuadro es un todo, una escena en la que los personajes, el espacio y el tiempo coexisten de manera integral. Si la apertura muy amplia crea un sujeto aislado y un mundo fundido en nieblas borrosas, Spielberg reivindica el mundo como un espacio tangible, pleno, donde incluso los elementos aparentemente secundarios enriquecen la narrativa. Uno podría trazar esta fidelidad a la totalidad del plano hasta las pinturas renacentistas, donde la profundidad y la claridad en todos los planos no eran una concesión técnica sino una manera de pensar el relato visual como cosmos completo.

Otra razón práctica y estética para esta decisión tiene que ver con su estilo de cámara y blocking de actores. Spielberg construye secuencias donde la cámara se mueve con fluidez —seguimiento, panorámica, travellings largos— y donde los personajes se desplazan en múltiples planos. Una apertura amplia complicaría la continuidad del foco y distraería al espectador con desenfoques constantes. Mantener un diafragma más cerrado facilita que el enfoque siga siendo coherente incluso en movimientos complejos y largas tomas, reforzando la sensación de un mundo organizado y claramente visible.

Esta elección también define la forma en que percibimos su selección de géneros y temáticas. En Jurassic Park, por ejemplo, la profundidad de campo ampliada ayuda a que el espectador no solo vea al dinosaurio amenazante sino también la jungla al fondo, cada actor, cada gesto, cada detalle del set que compone la lógica del peligro y la maravilla. Del mismo modo, en Schindler’s List o La lista de Schindler, esta decisión refuerza la textura humana de la tragedia: nada ni nadie queda relegado al limbo visual.
Así, la aversión de Spielberg al diafragma abierto no es un rechazo de la modernidad técnica, sino una reivindicación de la densidad perceptiva. Su cine prefiere una visión “más amplia” del mundo porque entiende que la emoción, la historia y la dimensión humana surgen de la coexistencia de planos, de la relación entre lo cercano y lo lejano, entre lo íntimo y lo colectivo. El espectador no mira fragmentos: habita la escena entera.

En un tiempo dominado por estéticas borrosas y planos de sujeto aislado, la elección de Spielberg es un recordatorio de que la claridad no es simplificación, sino una forma de complejidad visual: todo está en foco porque todo importa. Esa claridad es, al mismo tiempo, una filosofía del cine y un pacto de respeto con la mirada humana.



