La entropía del ingenio: del «caca, culo, pedo, pis» al onanismo intelectual televisivo de Broncano
La entropía del ingenio: del «caca, culo, pedo, pis» al onanismo intelectual televisivo
La televisión ha perfeccionado, a lo largo de décadas, el arte de disfrazar la banalidad con un aire de transgresión. En el caso de La Resistencia, el programa de David Broncano, el espejismo es particularmente efectivo. Con su tono supuestamente rompedor y su lenguaje de guerrilla mediática, se vende como la alternativa a los talk shows tradicionales, como el reducto del humor inteligente en una parrilla saturada de obsolescencia. Sin embargo, basta con un mínimo de análisis para descubrir que detrás de su fachada disruptiva no hay más que el mismo mecanismo gastado de siempre: el eterno retorno al humor escatológico y al recurso manido de la pregunta sobre cuántas veces ha follado el invitado en el último mes.
El espectador atento –o simplemente no anestesiado por la sobreexposición mediática a la puerilidad– detectará pronto que La Resistencia no es más que una reformulación con zapatillas de deporte de los mismos programas que, en los años noventa y principios de los dos mil, vendían su insolencia impostada a golpe de escándalo barato. Esta noche cruzamos el Mississippi y Crónicas Marcianas recurrían a la controversia cutánea y al exhibicionismo esperpéntico para captar audiencia, mientras que Broncano y su equipo han encontrado en la “entrevista gamberra” un pretexto para no hacer entrevistas en absoluto. Su patrón es sencillo: una conversación deslavazada que, en un punto u otro, deberá desembocar en la esperada pregunta sobre sexo y dinero, convertida en la gran métrica del programa.

El caso de la reciente entrevista a Nicole Wallace en La Revuelta de RTVE es paradigmático. A pesar de que el cómico se propuso a sí mismo ser “periodístico, como en un programa de cine”, la conversación pronto derivó en lo que verdaderamente sustenta su modelo de entretenimiento: interrupciones absurdas, desvíos sin sentido y, finalmente, la pregunta inevitable. Que la actriz respondiera con un “llevo una mala racha” no es lo relevante; lo relevante es el carácter sintomático de la situación. La Resistencia es un programa donde el invitado no importa, porque el contenido nunca es la conversación, sino la mecánica prefabricada que permite que el show siga girando sobre sí mismo.
Broncano no es, ni mucho menos, el gran villano de la televisión. Es, sencillamente, un síntoma de su tiempo: la era del entretenimiento fácil disfrazado de vanguardia, de la impostura de la irreverencia como refugio ante la falta de profundidad. Como si con solo evitar el traje y la corbata se hubiera logrado erradicar la obsolescencia de un formato que, en realidad, no ha evolucionado un ápice desde sus encarnaciones más chuscas. La Resistencia es, al final, la vieja televisión de siempre, pero con zapatillas y camisetas de marcas urbanas. Y lo peor de todo es que funciona.