Los 100 millones de la vergüenza: Nadella se enriquece mientras despide a miles… y los fans lo aplauden
Hay cifras que deberían helar la sangre, no provocar aplausos. Satya Nadella, el CEO de Microsoft, ganará este año cien millones de dólares, una fortuna que llega justo después de haber dirigido uno de los mayores procesos de despido en la historia de la compañía, incluyendo miles de trabajadores de Xbox y varios estudios cerrados sin miramientos. Y, sin embargo, lo más grotesco no es su salario, sino la escena digital que lo acompaña: legiones de fans de Xbox celebrando sus palabras como si el verdugo que corta cabezas fuese el mismo que les promete una nueva consola.
Una mezcla de anestesia moral y devoción corporativa envuelve a una parte del público gamer que ha confundido la marca con una religión. Mientras los empleados son despedidos y los proyectos se evaporan, las redes se llenan de comentarios entusiastas porque Nadella “ha mencionado la próxima Xbox”. Así se consuma el milagro del siglo XXI: el hombre que destruye puestos de trabajo se convierte en héroe porque promete un hardware nuevo.
La realidad económica es obscena. Según CNBC, Nadella cobrará 96,5 millones de dólares en 2025, un aumento de más de 17 millones respecto al año anterior. No es un sueldo: es un botín. Y lo obtiene no por crear empleo ni innovación, sino por recortar, reestructurar y reducir costes humanos. Entre acciones y bonus, su remuneración equivale al salario anual de mil empleados medios de Microsoft.
Incluso su “recorte” de sueldo por los recientes ciberataques —ese gesto de falsa humildad empresarial— resulta un chiste de mal gusto. El verdadero dinero, los 84.000 millones en acciones y casi 10 millones en incentivos, llegan intactos. Si algún día es despedido “sin causa”, el mismo Nadella cobrará una indemnización superior a los 180 millones. Si se jubila, 145 millones más. El capitalismo de la sonrisa, el despido como negocio, el éxito medido en cuerpos caídos.
Y mientras tanto, los titulares brillan con distracción: que si la próxima Xbox será híbrida, que si apunta al PC, que si Windows volverá a ser el “centro del juego”. Palabras huecas pronunciadas por un hombre que ve en la consola no una promesa de arte interactivo, sino una herramienta para fidelizar consumidores mientras se expulsa a los creadores.
Es una ironía trágica: los mismos que se indignan cuando un videojuego sube de precio, aplauden al ejecutivo que convierte la precariedad en modelo de negocio. La marca ha sustituido a la conciencia. Nadella sonríe, la comunidad festeja, y los estudios que una vez soñaron con innovar arden en el silencio de los despachos.
La próxima Xbox, si llega, será una consola nacida del despido y el aplauso fácil. Su emblema no será la “X” verde del progreso, sino el signo de un tiempo donde la lealtad pesa más que la justicia, y donde un CEO puede ganar cien millones sin construir nada, salvo el espectáculo de su propia impunidad.



