Milo Moire desnuda: cuando el cuerpo deviene manifiesto
Milo Moiré: cuando el cuerpo deviene manifiesto
En una época donde el arte contemporáneo tiende a diluirse en lo conceptual y lo seguro, emerge una figura que desgarra la costumbre con una sola mirada o un acto impúdico: Milo Moiré. Su nombre resuena como una provocación y un desafío. Artista, psicóloga y performista suiza de origen eslovaco, Moiré no solo ha hecho de su cuerpo un lienzo, sino un manifiesto palpitante. Sus obras no piden permiso; irrumpen, inquietan, cuestionan, y en ocasiones, irritan.
Su trabajo se inscribe en la larga estirpe del arte corporal, donde los límites del yo, del pudor y del espacio público son puestos a prueba. Pero Moiré no es simplemente una provocadora: es una coreógrafa de lo simbólico, una escultora de significados donde la piel sustituye al mármol, y el acto, al objeto.









El cuerpo como acto fundacional
En The Script System, Moiré apareció desnuda en público, con las palabras «camisa», «sujetador», «bragas» y «pantalones» escritas sobre su cuerpo, como si la sociedad necesitara etiquetas incluso cuando la materia prima —el cuerpo— ya habla por sí sola. El acto fue un comentario frontal sobre los códigos de vestimenta, las convenciones de género y la represión latente en la mirada ajena.
Pero fue con PlopEgg #1 que el mundo verdaderamente la miró, o quizás la escaneó con un desconcierto primario. En esta performance, realizada en la Art Cologne de 2014, Moiré expulsó huevos llenos de pintura acrílica desde su vagina sobre un lienzo. No era erotismo, era génesis: la pintura como parto, la creación como acto físico, biológico, casi brutal. Un retorno a lo primal, sin intermediarios ni pinceles. El cuerpo era pincel y paridora a la vez.
Entre lo sagrado y lo obsceno
Moiré navega ese espacio incómodo entre lo sagrado y lo obsceno, ese lugar donde el espectador no sabe si apartar la mirada o rendirse a ella. En Mirror Box, permitía a transeúntes tocarle los pechos o los genitales durante treinta segundos a través de una caja espejada. ¿Consentimiento, cosificación, catarsis social? Todo eso a la vez. Era un experimento sobre la percepción del cuerpo femenino en lo público, donde lo que normalmente es íntimo se convierte en participación estética.
Este tipo de acciones, por supuesto, le han traído conflictos legales. Fue arrestada en Londres y Düsseldorf, sus actos censurados, sus redes sociales baneadas. Pero ese es precisamente el punto. El cuerpo de una mujer, desnudo y autónomo, sigue siendo un campo de batalla. Y Moiré, con firmeza académica y convicción artística, convierte ese campo en escenario.
Arte que incomoda para iluminar
Muchos críticos desestiman su trabajo por verlo como exhibicionismo vacío. Sin embargo, quienes detienen la mirada descubren capas más complejas: la crítica a la objetualización, la lucha contra la anestesia sensorial del espectador contemporáneo, la resistencia a una sociedad hiperdigital que ha separado al cuerpo de su animalidad.
Moiré no es una performer que busca likes. Es una mujer que lanza preguntas sin filtros ni intermediarios. En una época donde el escándalo se planifica para alimentar algoritmos, lo suyo se siente peligrosamente auténtico. Incómodo, sí, pero auténtico.
Una figura del presente, un eco del futuro
Milo Moiré no se ubica ni en la tradición del body art clásico ni en la simple protesta visual: flota en un espacio más etéreo, donde lo conceptual se encarna, y lo corporal piensa. Su trabajo no es cómodo, ni pretende serlo. En un mundo saturado de discursos, ella elige la carne. Y cuando el discurso se encarna, se hace indeleble.
Porque a veces el arte necesita gritar. O menstruar color. O dejarse tocar.
Y Milo Moiré lo hace. Sin pudor. Sin permiso. Con una cámara encendida y una pregunta eterna latiendo entre las piernas del arte.
El arte al desnudo de Milo Moiré: ¿’performance’ o porno camuflado?
«La línea entre arte y pornografía siempre ha sido muy difusa», defiende la suiza
Esta semana surgía la polémica al descubrirse que las calles de Madrid habían sido escenario de algunas secuencias de cine porno, rodadas en 2015. Se ha llegado a plantear si sus responsables habían incurrido en un delito. En otras partes del mundo, la artista Milo Moiré vive una situación así de forma habitual. Pasea desnuda en museos y en el transporte público, pinta cuadros con su vagina e invita a transeúntes a que toquen sus genitales en pleno centro de Londres.
Un hombre se refleja en un espejo mientras toca los genitales de Milo Moiré en Mirror Box
Las propuestas de la suiza de 33 años, llegan a todos a través de las redes sociales. También vende sus grabaciones sin censura en internet. Con ellas, asegura, busca la igualdad de género a partir de «algo tan natural» como la desnudez. «La línea entre arte y porno siempre ha sido muy difusa», reconoce ella misma a Verne, sin sentirse ofendida por aquellos que consideran sus performances grabadas como un mero negocio sexual.
¿Es consciente de que prescindiremos de sus imágenes más explícitas a la hora de ilustrar esta entrevista?, cuestionamos a Moiré, quien se define así misma con un juego de palabras: «artivista» (artista + activista). Algunos de sus vídeos publicados en YouTube superan los 8 millones de visitas.
«Hay un doble estándar en los periódicos. Muestran imágenes llenas de violencia, pero tienen problemas con la desnudez. Un humano desnudo en una sociedad vestida representa intimidad, algo que en estos tiempos vivimos con extrañeza. Quizá debamos reflexionar sobre nuestra idea de lo que es perverso», responde a Verne través del correo electrónico.
Liberté, #égalité, #fraternité. Milo Moiré
Formada en Psicología, Moiré desea «llevar la desnudez a nuestro día a día», explica en su página web, donde recopila las propuestas artísticas que le han hecho famosa y le han llevado varias veces a las dependencias policiales de algunas ciudades europeas.
La primera vez ocurrió en París. Allí decidió ofrecer autorretratos desnudos a los turistas que paseaban frente al Trocadero. Asegura que su paso por los calabozos no forma parte de un truco publicitario. «Acabar en la cárcel nunca estuvo en mis planes. Es una experiencia horrible que no deseo a nadie», se defiende. Estas performances suponen para ella una intensa preparación porque, asegura, «el azar es una parte importante de ellas; es lo que les da cierta relevancia dramática».
El año pasado trasladó a Trafalgar Square (Londres) su acción artística que más repercusión mediática ha obtenido hasta el momento y que también le hizo visitar una comisaría británica. Se titula Mirror Box y en ella invita a transeúntes mayores de edad de varias ciudades del mundo a que le toquen sus pechos y genitales.
En el interior de la caja se encuentra una cámara que registra el momento en que las manos de los invitados entran en contacto con ella. La suiza edita vídeos con cada una de sus propuestas, aunque comparte una versión censurada en Internet para cumplir con los requisitos de las redes sociales. Las grabaciones sin censura pueden adquirirse en su página web, pagando entre 5 y 8 euros por vídeo.
Explica que sus acciones callejeras le sirven para integrarse con la audiencia: «No se trata de comunicar algo al público, sino de crearlo juntos. Uso mi cuerpo como un instrumento, una herramienta con la que desprenderse de los patrones sociales y empujar a quien me mira a que se cuestione todos los convencionalismos en los que cree. Quiero que abran su mente». Es la misma razón, dice, por la que vende sus vídeos más explícitos a través de su web.
Sus propuestas, en realidad, no se diferencian mucho de las que décadas antes idearon la llamada abuela de la performance, Marina Abramović, y su pareja Ulay. Admite el referente. «Fue una de sus obras Rhythm 0 (1974) la que hizo que me decidiera a no trabajar como psicóloga para seguir mi pasión artística. Su trabajo exuda energía y su presencia física es enormemente poderosa», asegura Milo Moiré.