Natalia Verbeke en topless en el episodio 6 de ‘El refugio atómico’

Desde que Netflix produce buena parte del audiovisual español, puedes soñar a lo grande. Puedes imaginar ficciones intergalácticas, localizaciones exclusivas, sets descomunales y churriguerescos, bombas y terremotos. Ya pasó el tiempo en el que una serie española sólo podía ir de personas que hablan alrededor de una mesa o en la barra del bar. Ahora pueden hablar a la vera del apocalipsis.

Álex Pina es el creador de El refugio atómico, después de una primera etapa castiza y reconociblemente popular que incluyó títulos tan celebrados como Los Serrano o Los hombres de Paco, y de un segundo tempo creativo en el que convenció al mundo entero con La casa de papel y las fabulaciones derivadas de la misma. Sus ficciones cuentan ahora con una estética más cuidada, y con muchas grúas para mover las cámaras, pero han perdido el carisma y la sociología entrañable del ciudadano medio español, sepultado en la intersección de todos los lugares comunes del mercado global de las plataformas.

Llego a El refugio atómico después de aburrirme como un cadáver con Task (HBO), y tras lamentar la cursilería de Black Rabbit (Netflix), cuyo comienzo era espectacular. Quiere decirse que, para ir a hablar mal de algo, mejor hacerlo de algo español.

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