1970 Lancia Stratos Zero: el icono vanguardista de la era wedge

En el año 1970, cuando el automóvil comenzaba a soñar con el futuro como si fuera un decorado de ciencia ficción, apareció un artefacto que parecía caído de una nave interplanetaria: el Lancia Stratos Zero, una escultura rodante que borraba la frontera entre la ingeniería y la utopía.

Diseñado por el genio de Marcello Gandini bajo el sello de Bertone, el Stratos Zero no fue concebido como un coche práctico, sino como un manifiesto visual. Su silueta triangular, casi besando el suelo con apenas 84 centímetros de altura, evocaba la geometría pura de una flecha cósmica. Más que un vehículo, parecía un desafío a la gravedad, un gesto de audacia estética.

lancia-stratos-zero-photos-1024x675 1970 Lancia Stratos Zero: el icono vanguardista de la era wedge

Construido sobre el chasis de un Lancia Fulvia HF1600 accidentado, este prototipo fue el laboratorio donde Gandini y su equipo decidieron reescribir las leyes del automóvil. Fibra de vidrio, cobre bruñido, un parabrisas abatible que era a la vez puerta, butacas integradas y un volante retráctil que facilitaba la entrada al habitáculo: cada detalle respiraba delirio futurista. Incluso su instrumentación, grabada sobre un panel digital de Perspex verde, anticipaba un porvenir electrónico que entonces parecía sólo un espejismo.

El Stratos Zero deslumbraba de noche con su lenguaje lumínico: una barra de faros delanteros compuesta por diez lámparas de 55 vatios y una zaga que desplegaba 84 bombillas diminutas para formar una coreografía de señales, encendiéndose en secuencia al indicar los giros. Era, literalmente, un coche que comunicaba con luz, como si fuera un organismo vivo en plena conversación con la carretera.

El interior imponía una experiencia radical: los dos ocupantes se acomodaban casi tumbados, con la espalda rozando el suelo y la visión limitada al asfalto y al cielo. No había concesiones al confort, sólo la sensación de habitar un artefacto salido de un sueño industrial.

La audacia tuvo también un coste: se invirtieron alrededor de cuarenta millones de liras en su construcción, y su debut se convirtió en leyenda cuando Nuccio Bertone lo condujo bajo las barreras cerradas de las oficinas de Lancia, como si demostrara al mundo que aquel meteorito rodante podía atravesar cualquier frontera.

Aunque el Stratos Zero nunca llegó a producción, su influencia fue decisiva: allanó el terreno para el Lancia Stratos de rally (1973-1978), equipado con el motor Ferrari Dino y campeón del mundo entre 1974 y 1976. Pero, más allá de su descendencia deportiva, lo que quedó fue su aura de ícono wedge, ese estilo en forma de cuña que definió la estética de los setenta, desde los salones del automóvil hasta las películas de ciencia ficción.

Hoy, el Stratos Zero sobrevive como pieza de museo y fetiche de coleccionistas, exhibido en concursos de elegancia y templos del diseño. Cada vez que reaparece, recuerda que hubo un tiempo en que los coches eran también esculturas conceptuales, manifiestos rodantes que buscaban tocar la estratósfera antes que conquistar el mercado.

Un automóvil imposible, un sueño con ruedas, un destello de cobre en la memoria de la modernidad.

Puede que te hayas perdido esta película gratuita