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La absurda guerra civil 2.0: Broncano vs. Motos, y las trincheras digitales de la modernidad

En el vasto e insidioso universo de X (anteriormente conocido como Twitter), donde el ruido reina y la lucidez es ave rara, ha estallado una contienda tan ridícula como fascinante. La pugna entre La Revuelta de David Broncano y El Hormiguero de Pablo Motos no es simplemente un choque de formatos televisivos; es, al parecer, el campo de batalla de una nueva guerra civil española.

La «ideología» del entretenimiento

A primera vista, podría parecer que estamos ante una simple disputa de gustos televisivos. Sin embargo, en la era de la sobreinterpretación, todo se reviste de trascendencia política. Broncano, con su halo de rebeldía millennial y su culto a la irreverencia, se ha convertido en el abanderado (involuntario, podría jurarse) de una izquierda irónica que no tolera al “boomerismo”. En la trinchera opuesta, Pablo Motos, maestro de ceremonias del programa más populista de la televisión patria, es el símbolo inequívoco del conservadurismo asequible: chascarrillos familiares, bromas seguras y un toque de «españolidad» que huele a tortilla de patatas con cebolla.

El verdadero damnificado de la guerra entre Broncano y Pablo Motos que no es Telecinco

Redes sociales: las nuevas barricadas

Como si del Madrid de 1936 se tratara, las redes sociales se han convertido en las trincheras modernas, y los tweets son ahora las armas arrojadizas de esta guerra cultural. En un bando, los «broncanistas» disparan ironías en formato de memes, apelando a la inteligencia colectiva (aunque no siempre la encuentren). En el otro, los «motistas» defienden con fervor las bondades de un humor blanco y accesible, mientras denuncian el «elitismo moral» de sus oponentes.

Lo absurdo es que ninguno de estos ejércitos ha elegido realmente luchar. Broncano no parece excesivamente preocupado por ser el portaestandarte de ninguna causa social, más allá de recomendar productos de Soria. Motos, por su parte, insiste en mantener su show dentro de los límites de lo «amable» (al menos en la superficie), mientras esquiva las críticas con su habitual sonrisa afable.

La trágica comedia de los extremos

Lo que resulta verdaderamente hilarante —y a la vez desolador— es la capacidad de los espectadores para otorgar a esta contienda una trascendencia que no tiene. Los «combatientes» en esta guerra civil 2.0 han decidido politizar el entretenimiento hasta un punto ridículo. Así, el acto de preferir un programa sobre otro se convierte en una declaración ideológica: ver La Revuelta es señal de sofisticación urbana y progresismo irónico; disfrutar El Hormiguero equivale a abrazar un sentido común rústico y apolítico, aunque sin rechazar cierta afinidad por la corrección política que roza lo corporativo.

Una guerra sin vencedores (ni gracia)

Al final, lo que esta absurda disputa refleja no es más que la incapacidad de nuestra sociedad para disfrutar del ocio sin convertirlo en una batalla de egos colectivos. Quienes participan activamente en esta contienda digital son tan culpables como los programas que critican: ambos perpetúan la idea de que hasta el entretenimiento más banal debe venir con una carga moral o política. Y así, mientras las hordas de Twitter se lanzan al vacío con sus tuits inflamados, Broncano y Motos —los generales de este absurdo enfrentamiento— disfrutan tranquilamente de los beneficios de sus respectivos feudos mediáticos.

Por mi parte, declaro mi lealtad al bando de los que apagan la tele y desconectan el Wi-Fi. Tal vez, al final, la verdadera revolución esté en no dar importancia a lo que, evidentemente, no la tiene.