Netflix y la traición del discurso inclusivo
La industria del entretenimiento ha cimentado su imagen sobre la piedra angular de la diversidad, la equidad y la inclusión. Han proclamado con altisonante vehemencia su compromiso con los derechos de las minorías, erigiéndose en abanderados de la justicia social y el progresismo ilustrado. Sin embargo, cuando la sacrosanta rentabilidad ha estado en juego, el primer sacrificio ha sido precisamente aquella figura que tanto celebraron. El caso de Karla Sofía Gascón y su fulminante exclusión de la promoción de ‘Emilia Pérez’ es el ejemplo más reciente y escandaloso de la doble moral que rige el mecenazgo woke de Netflix.
No hace mucho, la plataforma de streaming agitaba la bandera del compromiso con la representación de la comunidad trans. Karla Sofía Gascón, actriz transgénero, era presentada como la gran revelación del cine contemporáneo, un triunfo de la diversidad y la integración. Pero esa devoción duró lo que tardaron en emerger unos antiguos tuits en los que la actriz expresaba opiniones controvertidas sobre el Islam y la muerte de George Floyd. De la noche a la mañana, la plataforma que la encumbró decidió sepultarla en el más eficaz de los olvidos. Sin miramientos ni explicaciones, Netflix la ha eliminado de la campaña de los Oscar y ha hecho desaparecer su rostro de los carteles promocionales de la película. Como si nunca hubiese existido.
Resulta irónico que la misma maquinaria que ensalza la tolerancia y el derecho a la expresión individual sea la que, con reflejos de inquisidor, aplica su propia censura cuando le conviene. La industria, en su ansia por no incomodar a la opinión pública, ha demostrado que su compromiso es de cartón piedra, sujeto a los vientos de la conveniencia económica y el juicio impersonal de las redes sociales. Netflix no ha esperado siquiera un proceso de reflexión o un debate público: la reacción ha sido inmediata, casi visceral, en una demostración de la hipocresía corporativa más descarnada.
El ostracismo de Karla Sofía Gascón no solo es un golpe a la propia artista, sino una advertencia siniestra para todos aquellos que creían que el activismo woke corporativo era una trinchera segura. La lección es clara: la industria solo será inclusiva mientras no haya pérdidas económicas en el horizonte. Quien se aleje un milímetro del discurso aprobado, aunque sea en un pasado remoto, será desechado con la misma rapidez con la que fue celebrado.
Netflix, con esta maniobra, se desenmascara. Su militancia en la igualdad no es más que una estrategia de mercado. La plataforma no busca justicia, sino rentabilidad; no persigue la representación genuina, sino la adhesión incondicional a una doctrina dictada por el algoritmo de lo políticamente aceptable. El caso de Karla Sofía Gascón es solo otro episodio en el manual de la corrección política desechable, donde la inclusión tiene fecha de caducidad y la lealtad se extingue cuando el precio de la indignación pública es demasiado alto.