‘Olympo’: sudor, músculos y felaciones en horario juvenil — o cómo Netflix vuelve a destruir la educación sentimental de una generación | Desnudos en Olympo: Clara Galle, Agustín Della Calle y Nuno Gallego

‘Olympo’: sudor, músculos y felaciones en horario juvenil — o cómo Netflix vuelve a destruir la educación sentimental de una generación

Netflix ha vuelto a hacerlo. Bajo el barniz de producción española y con una envoltura deportiva que pretende disfrazar su verdadera intención, la plataforma ha perpetrado otro asalto cultural en forma de serie juvenil: Olympo, heredera bastarda de Élite, pero ahora transfigurada en academia de alto rendimiento físico. El resultado: más carne, menos cerebro; más gemidos, menos ética; más cuerpos explotados que ideas sembradas.

En este nuevo templo del culto al cuerpo y al impulso sin reflexión, el esfuerzo físico no es más que el decorado para una espiral de relaciones amatorias desfiguradas, felaciones como declaración emocional, amores líquidos que duran lo que un entrenamiento, y pulsiones hormonales revestidas de drama juvenil. Los jóvenes protagonistas, sudorosos, esculpidos como si cada uno hubiera salido de una campaña de ropa interior, compiten en todo salvo en inteligencia emocional o crecimiento personal. Nada nuevo, pero cada vez más preocupante.

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Porque Olympo, lejos de proponer un relato sobre la excelencia deportiva, nos encierra en un gimnasio del alma donde solo hay espejos y gritos. Detrás del sudor estilizado y los abdominales de catálogo, se oculta un relato hueco que convierte el sexo en moneda de cambio, el deseo en espectáculo y la disciplina en tortura emocional. Lo que se nos vende como “presión competitiva” es en realidad una justificación audiovisual para la toxicidad relacional, el chantaje afectivo y la anulación del yo frente al culto del cuerpo y la mirada ajena.

El personaje de Zoe, una joven que entra al CAR (Centro de Alto Rendimiento), se ve envuelta desde el minuto uno en un laberinto de secretos, envidias, celos y relaciones tan efímeras como fogosas. Su compañera Amaia mantiene un romance con Cristian —ambos en busca de patrocinios, no necesariamente con talento, sino con piel y entrega. Si una amiga supera tu rendimiento, no la felicites: destrózala. Y si no puedes vencer limpiamente, el sistema ofrece “métodos prohibidos” que la serie, con deleite perverso, decide explorar con aroma de escándalo, no de crítica.

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La guinda la pone Roque, jugador de rugby que deberá “enfrentarse a la homofobia” cuando se sienta atraído por otro compañero. Un tema necesario y urgente, sí, pero abordado con la sutileza de un tatuaje en llamas: entre torsos brillantes, primeros planos de jadeos y frases huecas, todo se reduce a una estética publicitaria de la diversidad, donde la inclusión sirve más al marketing que a la educación.

Olympo se pregunta en su tráiler: “¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?” Y la respuesta que ofrece es desoladora: hasta el fondo de la degradación de los vínculos humanos si eso asegura un clic más, un tuit viral o una escena que arda en redes. La serie no se interesa por el mérito, la honestidad, la lucha deportiva real ni el sentido ético del esfuerzo. Aquí el podio se gana con sudor —pero no el del entrenamiento—, con traición, sexo mal entendido y un modelo de éxito que es puro vómito de vanidad y desesperación.

Lo más grave es que Olympo, como antes Élite, Sexo/Vida o Valeria, se inscribe en un discurso audiovisual que educa a nuestros hijos sin que nadie parezca detenerlo. Los adolescentes consumen estas ficciones no como entretenimiento frívolo sino como mapas sentimentales, y en ese espejo deformado aprenden que amar es poseer, que triunfar es ofrecerse, que mostrar es vivir.

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Así, Netflix no solo produce series: produce formas de deseo, construye la idea de lo que es normal, de lo que debe ser el amor, el cuerpo, el futuro. Y en esta última obra, lo que nos propone es un estadio final del nihilismo romántico: el culo por encima del corazón, el grito por encima de la razón, el cuerpo como única herramienta de ascenso y la mente como decorado secundario.

Que nadie se extrañe si mañana los patios de colegio suenan más a Olympo que a Homero. Ya lo advertía Juvenal en Roma: panem et circenses. Hoy tenemos proteína y pelis calientes. El resultado, por desgracia, es el mismo: la juventud devorada por el espectáculo.

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