Ecos de una leyenda asturiana bajo el casco de Brad Pitt
¿Está Sonny Hayes inspirado en Fernando Alonso? Ecos de una leyenda asturiana bajo el casco de Brad Pitt
F1: La película, dirigida por Joseph Kosinski y protagonizada por un Brad Pitt que desafía el paso del tiempo, ha desatado entre los aficionados una sospecha fascinante: ¿acaso el personaje de Sonny Hayes, esa fiera del volante que regresa de las sombras para rugir de nuevo en la parrilla, está inspirado en Fernando Alonso? La pregunta no es descabellada, y aunque la respuesta oficial sea un rotundo “no”, el cine, como los circuitos, se mueve en curvas sutiles, y las coincidencias, como las trazadas perfectas, hablan por sí solas.
La película, producida por el propio Lewis Hamilton, despliega un presupuesto de vértigo —300 millones de dólares— para construir un espectáculo que mezcla adrenalina con nostalgia. Brad Pitt encarna a Hayes, un ex campeón de los años 90 que, tras un accidente casi mortal, se retira y se reinventa en otras categorías hasta que un equipo (el ficticio APXGP) lo convoca para una última danza con la gloria. Su misión: guiar a un joven talento británico, Joshua Pierce (Damson Idris), al tiempo que lidia con fantasmas del pasado y los fuegos cruzados del presente.

Y ahí, en ese cruce entre experiencia, exilio y retorno, el fantasma de Fernando Alonso se asoma en el retrovisor de la ficción. Porque, si bien F1 no adapta hechos reales, su columna vertebral se alinea con la biografía reciente del asturiano. En 2018, Alonso dijo adiós (o un hasta luego) a la Fórmula 1, embarcándose en aventuras automovilísticas dignas de un guerrero de leyenda: las 24 Horas de Le Mans, el Dakar, la Indy 500… carreras donde no sólo desafió a rivales, sino también a los límites de su propio cuerpo y deseo. Al igual que Hayes, Fernando abandonó el gran circo no por declive, sino por hambre de otro tipo de épica.
Ambos comparten ese halo de ronin de la velocidad: solitarios, veteranos que se niegan a aceptar el silencio, capaces de reescribir su destino al margen del guion habitual. Incluso el físico sereno pero curtido que Brad Pitt lleva con aplomo recuerda al porte de Alonso: no el de la juventud chispeante, sino el del samurái que ha visto caer imperios y aun así se atreve a blandir la espada una vez más.
El mentor joven que acompaña al protagonista (Pierce en la ficción, y quizás un guiño a los Lando Norris o George Russell del mundo real) refuerza el paralelismo: Alonso también ha jugado ese papel, ya sea junto a Esteban Ocon o ahora con Lance Stroll, convirtiéndose en una figura tan temida como admirada dentro del paddock.
¿Y el accidente traumático de Hayes? Aunque se asemeja más al caso de Robert Kubica, cuya historia de redención es otra joya cinematográfica por contar, la resiliencia del personaje sí puede remitir al Alonso que sobrevivió al fuego cruzado de las escuderías, al desgaste mediático y al sinsentido deportivo de varias temporadas en tierra de nadie.
Así, aunque el libreto de F1 no diga su nombre, el ADN de Fernando Alonso palpita bajo el casco de Pitt: en su regreso improbable, en su sed de victoria tardía, en la mirada que ha visto pasar generaciones sin ceder ni un milímetro al olvido. Porque hay pilotos que ganan títulos, y otros —como Sonny Hayes o como el asturiano eterno— que se convierten en leyenda por el modo en que se niegan a desaparecer.