Indie World 2025 Nintendo Switch: el fin del color en la tierra prometida de los videojuegos
Indie World 07-08-2025: el fin del color en la tierra prometida de los videojuegos
Hubo un tiempo en que los videojuegos independientes eran la promesa de un nuevo Edén digital. Eran la bocanada de aire fresco en un mundo dominado por sagas clónicas, hiperrealismo sin alma y franquicias exprimidas hasta el agotamiento. Los indies no necesitaban polígonos perfectos ni millones de presupuesto: les bastaba un corazón pixelado y una idea brillante para encender fuegos en la imaginación del jugador.
Pero hoy, 7 de agosto de 2025, Nintendo nos ha regalado un nuevo Indie World… y con él, un largo bostezo.
Lo que antaño fue sinónimo de vanguardia artística, espíritu gamberro y libertad creativa, se ha transformado en un desfile homogéneo de títulos de estética lúgubre, personajes inexpresivos y tramas existencialistas diseñadas por y para baristas con flequillo y depresión. Casi todos los títulos presentados hoy siguen el mismo patrón: plataformas minimalistas teñidas de gris, roguelikes oscuros con nombres poéticos que no dicen nada (The Last Ember of Silence, Ashes in Orbit, Pelo mojado y alma seca…), o simuladores de tristeza en pixel art donde lo más emocionante que ocurre es que alguien pierde el tren de la vida.
¿Dónde quedaron los colores? ¿Dónde los saltos imposibles, los mundos de plastilina, los ruidos absurdos, los inventos disparatados y las bandas sonoras que hacían sonreír? ¿Dónde está Katamari, Fez, Celeste, Donut County, Untitled Goose Game, Ooblets, Cuphead? ¿Dónde el exceso lúdico, la comedia absurda, el surrealismo feliz?
Lo más triste —y paradójico— es que todo esto ocurra en Switch. La consola de la alegría. La consola que parecía construida para dar vida al color, al juego como juego, al pixel danzante, a la imaginación sin cortapisas. Pero ni siquiera Nintendo, la vieja nodriza del juego mágico, parece ya capaz de inspirar a estos nuevos creadores, atrapados en la estética de la tristeza cool, esa que se viste de negro, luce piercings estratégicos y confunde profundidad con languidez.
Porque hoy, el indie ya no se siente libre. Se siente uniformado. Se siente académico. Se siente obligado a contar historias tristes, lentas, crípticas, apagadas. Como si crear algo alegre fuese un pecado de juventud, una frivolidad indeseable.
Y sin embargo, lo que más necesitamos en 2025 no es otro título sobre traumas infantiles en una ciudad postindustrial bañada por la lluvia. Lo que necesitamos es volver a saltar por mundos imposibles con forma de fruta, lanzar vacas con catapultas, pintar paisajes con música o encarnar a una cabra ninja que lucha contra el sistema bancario. Necesitamos que el juego vuelva a ser un verbo y no solo un sustantivo cargado de culpa.
Ojalá el próximo Indie World se atreva a soñar. Ojalá vuelva el color.
Ojalá alguien encienda de nuevo la consola como si fuera una lámpara mágica.
Hasta entonces, el indie se nos muere de gris.