Arletty desnuda en Le jour se lève (también conocida como Amanece, 1939)
Hoy en Passionatte LucenPop hablamos de esta escena de desnudo, singular por pertenecer a una época en la que tales imágenes eran casi imposibles de ver en pantalla. El cine estadounidense, tras la implantación estricta del Código Hays en el verano de 1934, vivió casi tres décadas de puritanismo visual, mientras que en Europa, y particularmente en Francia, la cámara se atrevía todavía a rozar la piel y el misterio.
Estamos ante una obra capital del cine francés de entreguerras, creada por dos de los gigantes de aquella edad poética: Marcel Carné en la dirección y Jacques Prévert en el guion. Le jour se lève no solo es considerada una de las películas más grandes de los años treinta, sino también el ejemplo prototípico del realismo poético francés. Y, sin embargo, hubo un tiempo en que esta joya estuvo a punto de desaparecer para siempre.
VER VIDEO:
Estrenada en junio de 1939 en Francia, y al año siguiente en Estados Unidos, la película fue prohibida en suelo francés en 1940 por el gobierno de Vichy, que la consideró “desmoralizadora”. Tras la guerra volvió a proyectarse, cosechando alabanzas unánimes, pero en 1947 fue de nuevo silenciada: RKO Radio Pictures, con la intención de rodar un remake hollywoodense (The Long Night), adquirió los derechos de distribución y trató de comprar —e incluso destruir— todas las copias existentes de la película original. Durante un tiempo se temió que lo habían logrado y que la obra se había perdido. Sin embargo, a mediados de los años cincuenta reapareció, logrando consolidarse, junto a Les enfants du paradis, como una de las cumbres del tándem Carné-Prévert.
El argumento es oscuro y trágico: François, un obrero de fábrica profundamente humano, asesina de un disparo a Valentin. Se encierra en su cuarto amueblado, consciente de su destino, y empieza a recordar los pasos que lo llevaron hasta el crimen. Había conocido a Françoise, una joven florista, y ambos se habían enamorado. Pero Valentin, un personaje frío y calculador, logró seducirla con su magnetismo turbio. Solo en su habitación, sin tabaco y sin esperanza, François comprende que no hay salida. La policía decide emplear gas lacrimógeno para reducirlo, pero justo antes, él mismo pone fin a su vida con un disparo en el corazón.
¿Una comedia? Ni remotamente: se trata de un descenso sombrío a la tragedia existencial.
Y, en medio de esta historia marcada por el humo, la fatalidad y la asfixia, surge un instante inesperado: la desnudez de Arletty. Un destello de piel en un universo en penumbras, un atrevimiento insólito en una época donde el cuerpo femenino era velado, censurado o relegado a insinuaciones. Ese gesto mínimo, ese breve destape, resuena hoy como un acto de libertad dentro de un film obsesionado por la opresión, como si la carne se rebelara un segundo contra la condena del destino.
