Ferias, alcoholímetros y TikTok: la lenta demolición de la mente joven
Colas en los alcoholímetros de la Feria de Málaga, no ya para prevenir accidentes de tráfico, sino para competir —como gladiadores digitales— por quién alcanza la tasa más alta de embriaguez. No hablamos de seguridad, hablamos de espectáculo. No hablamos de conciencia, hablamos de reto viral.
Lo que nació como un dispositivo cívico para evitar tragedias en carretera se ha transformado, en manos de las nuevas generaciones, en un circo donde se celebra la intoxicación. Los jóvenes, arrastrados por el embrujo efímero de TikTok, se graban soplando en la boquilla no para cuidar su vida ni la de los demás, sino para conquistar aplausos virtuales y acumular “likes”. El alcoholímetro como tótem de un culto posmoderno a la inconsciencia.
La feria como laboratorio de atrofia mental
La escena es casi alegórica: un muchacho con sombrero de paja de marca alcohólica sopla y sonríe. La pantalla muestra 0,41. Una luz roja advierte danger. Pero el peligro no es ya el coche, ni la carretera: es la lenta erosión de la capacidad crítica, la destrucción neural que ocurre cuando la experiencia vital se reduce a un “challenge” de treinta segundos.
Algunos celebran cuando dan por debajo del límite legal y pueden conducir. Otros brindan con júbilo porque la cifra es escandalosamente alta, y lo publican con orgullo. La ebriedad se convierte en ranking. El riesgo, en trofeo. Y la risa hueca de sus compañeros sustituye a cualquier rastro de reflexión.

Una generación hipotecada al algoritmo
El fenómeno revela algo más hondo: la evolución de la mente juvenil está siendo secuestrada por el mercado del entretenimiento inmediato. El pensamiento analítico, la conciencia del otro, la memoria histórica de tragedias pasadas… todo queda eclipsado por la dopamina instantánea de la notificación. ¿De qué sirve estudiar Medicina —como el propio Jacobo Cabezas, uno de los participantes más célebres— si al mismo tiempo se glorifica la autodestrucción en directo para medio millón de seguidores?
El cerebro, diseñado para aprender, crear y construir, se reduce aquí a un órgano domesticado por estímulos breves, cada vez menos capaz de sostener una línea de pensamiento o de imaginar futuros distintos al de la pantalla.
Entre la prevención y el espectáculo
Las instituciones insisten en que su objetivo es noble: mostrar a cada usuario lo que ha consumido, para que decida entre coche o taxi. Pero el dispositivo, como todo lo que cae en manos del rebaño digital, ha sido convertido en espectáculo. Lo que debía ser advertencia es hoy un reto viral. Y ese gesto revela la paradoja de nuestro tiempo: el progreso tecnológico no garantiza la madurez mental, y la pedagogía fracasa cuando la conciencia se sustituye por el narcisismo.
La Feria de Málaga, con sus seis alcoholímetros solares y más de 5.000 soplidos, no es ya un espacio de prevención. Es un espejo deformante en el que observamos cómo las redes sociales corroen los cimientos de la evolución cognitiva: jóvenes que en lugar de experimentar la vida como camino, la reducen a marcador, número, ranking.
Epílogo: el precio de un “like”
Por un euro, se compra la posibilidad de saber si uno está ebrio. Por un vídeo en TikTok, se compra la ilusión de existir. Entre ambos precios, se vende silenciosamente el futuro de una generación que, sin darse cuenta, está hipotecando sus neuronas, su capacidad de pensar y de imaginar, en un mercado de gestos vacíos.
Quizá el verdadero danger no sea la luz roja del alcoholímetro, sino esa otra, invisible, que parpadea en nuestros cerebros cuando dejamos de ser sujetos de pensamiento para convertirnos en algoritmos de consumo.