El Molar sueña con el toro de España: la bestia de acero que querría rugir a 300 metros del cielo

En el horizonte cultural y turístico de España ha aparecido una quimera metálica que divide, fascina y aterra: un toro de trescientos metros de altura, concebido como símbolo descomunal, emblema de bravura petrificada y futuro reclamo de peregrinos de la selfie. La propuesta, lanzada por la Academia Española de Tauromaquia, pretende erigir al animal en acero como quien planta un dios en la tierra: “el icono turístico definitivo”, capaz de mirar de tú a tú a la Torre Eiffel, al Machu Picchu o a la Estatua de la Libertad.

Más de treinta municipios, de Burgos a Guadalajara, han levantado la mano como pretendientes del coloso. Pero ha sido El Molar, en la Comunidad de Madrid, quien se ha lanzado con mayor vehemencia, presentando candidatura oficial y soñando ya con la sombra infinita del toro sobre su escudo y sus calles.

Fernando Hernández, concejal de Turismo y a la vez portavoz local de Vox, descubrió la idea como quien encuentra un mito nuevo en Instagram. “Madrid no se postulaba. Y pensé: ¿por qué no nosotros? Tenemos toro en el escudo, encierros de día y de noche, tradición en la sangre. Esto sería un chute de trabajo, de turistas y de vida para el pueblo”, asegura con entusiasmo.

La ubicación ya ha sido imaginada: a la entrada del municipio, sobre los terrenos donde un polígono industrial lleva veinte años dormido. Allí, a los pies del coloso, se alzarían restaurantes, tiendas temáticas, museos de tauromaquia y un nuevo ecosistema económico con forma de feria permanente. Un toro que, según promete el concejal, podría divisarse incluso desde Madrid capital, como una quinta torre espectral, un vigía de acero sobre la meseta.

El Molar, por ahora, es el único candidato madrileño que ha recibido el guiño de la Academia. Pero el sueño requiere aún la bendición de Isabel Díaz Ayuso y la Comunidad de Madrid. El detalle inquietante: el suelo ofrecido es privado, lo que, paradójicamente, facilitaría los trámites, pues no exige recalificaciones ni complejas disputas legales.

En el horizonte, claro está, laten las resistencias: animalistas, antitaurinos, detractores del gigantismo y de lo que algunos consideran una extravagancia desmedida. Hernández no duda en recurrir al ejemplo parisino: “Los franceses odiaban la Torre Eiffel al principio, y ahora es el corazón de su iconografía. Esto nos metería un chute de turismo tremendo”.

Así, entre la mística del acero y la política local, El toro de España se agita como un mito por venir: ¿será la bestia monumental que reescriba el skyline madrileño o quedará como un delirio en los márgenes de la historia? El tiempo, como siempre, será el único arquitecto que dicte sentencia.

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