La historia en los institutos al dictado del partido político de turno

Resulta difícil no sonrojarse: en pleno siglo XXI, en un país que presume de democracia madura, seguimos asistiendo al espectáculo grotesco de ver cómo un conseller —o un ministro, según sople el viento político— se erige en árbitro de lo que debe o no debe enseñarse en los libros de historia. Como si la memoria de un pueblo pudiera ser redactada en despachos de partido, corregida con tachones ideológicos y publicada bajo el sello de la conveniencia electoral.

El último episodio de este teatrillo lo ha protagonizado José Antonio Rovira, conseller de Educación, que anuncia con solemnidad que ETA volverá a estudiarse en Bachillerato. El mensaje suena a heroicidad, cuando en realidad es la confesión más amarga: la historia, en España, no es patrimonio de los historiadores ni de los docentes, sino de los políticos de turno. Hoy se “recupera” ETA porque conviene señalar la desidia del gobierno anterior; mañana tal vez se “olviden” otros capítulos porque resultan incómodos para el relato en curso.

¿Cabe mayor vergüenza? Que la memoria de las víctimas del terrorismo se convierta en munición partidista, que la historia de España se fragmente según el gusto cromático de la Generalitat o del ministerio de turno, que los jóvenes se eduquen con manuales diseñados para satisfacer estrategias de poder y no para iluminar la verdad.

Los propios docentes, a quienes habría que escuchar antes que a los políticos, recuerdan que ETA sí se estudia en Bachillerato, que lo único que falta es tiempo para profundizar en un temario desbordado. Pero esa realidad importa poco cuando lo urgente es inaugurar el curso con titulares y golpes de pecho.

España parece condenada a esta tragicomedia: el temario de Historia como terreno de batalla ideológica, la educación reducida a botín de gobierno. Y así, mientras los estudiantes siguen preguntándose por qué la materia se interrumpe siempre donde conviene, el país ofrece un espectáculo bochornoso: la Historia, que debería ser brújula de futuro, convertida en simple folletín electoral.

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