La ficción frente al mito: Amenábar y el desafío del Cervantes gay
Alejandro Amenábar, en su más reciente obra, El Cautivo, ha desatado un torbellino de debate que trasciende el puro ámbito cinematográfico para adentrarse en la compleja telaraña de la política cultural española. La sugerencia, sutil o no, de una posible homosexualidad en la figura de Miguel de Cervantes ha actuado como una chispa que ha encendido las habituales trincheras ideológicas, en las que el arte se convierte en munición para un enfrentamiento ya preexistente.
Desde una perspectiva elevada, ajena a los bandos de la «izquierda» y la «derecha» que se apropian del debate, la cuestión que emerge no es tanto la orientación sexual del autor del Quijote, sino el papel del artista en la re-creación de figuras históricas. Como un alfarero que moldea la arcilla, el director de cine se erige como un creador de mundos, y la ficción es su materia prima. La historia, en este sentido, no es un mero compendio de hechos inmutables, sino un vasto lienzo sobre el que la imaginación puede trazar nuevos contornos. Amenábar, al insertar esta hipótesis en su narrativa, no está violando un dogma, sino ejerciendo su derecho inherente como artista a idealizar y ficcionar.

No obstante, la polémica de El Cautivo radica en una cuestión más profunda y dolorosa para el patrimonio cultural español: la escasez. La vida de Cervantes, un periplo de heroísmo, cautiverio, fracaso y redención, es un pozo inagotable de historias que, por inexplicable desidia, apenas ha sido explorado por el cine español. Es en este vacío donde la sugerencia de Amenábar adquiere un peso desproporcionado. Si España hubiera cultivado una fructífera tradición cinematográfica sobre sus grandes personajes históricos, si existieran veinte películas sobre Cervantes, cada una con su propia mirada y sus propias licencias creativas, la obra de Amenábar sería simplemente una pieza más en un vasto mosaico. Sería una visión personal, un matiz, una audaz interpretación.
Pero no es el caso. La gran paradoja de la cinematografía española es su renuencia a mirar hacia su propia historia, a convertir a sus conquistadores, a sus genios y a sus figuras más relevantes en protagonistas de la pantalla grande. Por esta razón, cuando una de estas escasas oportunidades surge, la expectativa de una representación «pura» se vuelve casi una exigencia. No una pureza que niegue la visión artística, sino una que ponga el foco en la magnificencia del personaje y su época, que invite al diálogo sobre la calidad fílmica de la obra, sobre su fotografía, su guion y sus actuaciones, en lugar de desviar el debate hacia una pugna política estéril.
En un momento en que el arte se ve constantemente instrumentalizado, la obra de Amenábar nos obliga a reflexionar sobre la responsabilidad del creador. ¿Debe el artista, al abordar un mito nacional casi virgen en la pantalla, priorizar la exploración de la figura histórica en toda su complejidad o puede tomar una única licencia que, por la propia escasez, acaba por acaparar todo el protagonismo? El Cautivo no es solo una película; es el síntoma de una carencia cultural, un recordatorio de que, en la era de la polarización, incluso la más sutil de las ficciones puede desencadenar una guerra de trincheras, oscureciendo la posibilidad de un debate realmente elevado y artístico.
¿Crees que la escasez de producciones cinematográficas sobre figuras históricas españolas es lo que magnifica la polémica de películas como El Cautivo?