Telecinco se hunde: desnudando el circo del morbo y la humillación en prime time

Telecinco y el ocaso de la cultura televisiva: cuando el ruido sustituye al relato

Hubo un tiempo en que la televisión abierta en España, con todas sus limitaciones, todavía pretendía ser una ventana plural: informaba, entretenía y, a veces, hasta educaba. Telecinco, antaño rebosante de propuestas populares pero con cierta picardía creativa, parece hoy haberse convertido en un espejo deformante de nuestra época: un canal que ha sustituido la curiosidad por el morbo, el periodismo por el grito y el espectáculo por la desnudez del pudor.

Sus telediarios han caído en la trampa del impacto rápido: tragedias en bucle, catástrofes subrayadas con música ominosa, desgracias personales convertidas en carnaza para que el espectador, casi por reflejo, no cambie de canal. Los realities —ya no experimentos sociológicos sino máquinas de exhibicionismo y humillación— se retroalimentan entre sí: primero devoran la intimidad de sus concursantes y después rellenan tertulias interminables donde se disecciona la nada como si fuera materia prima de debate.

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Los presentadores, atrapados en una estética quirúrgica y un tono soez, han dejado atrás cualquier aspiración de elegancia televisiva. El amarillismo se ha convertido en la lengua franca de la cadena: un idioma hecho de gritos, implantes de silicona, insultos edulcorados y el eterno “caca, culo, pedo, pis” disfrazado de entretenimiento adulto. Lo trágico es que este deterioro cultural no es solo responsabilidad de la cadena: también es reflejo de una sociedad que aplaude el escándalo antes que la reflexión.

El riesgo de Telecinco —y de cualquier medio que sucumba a la inmediatez y al ruido— es terminar cavando su propia tumba cultural: cuando todo es espectáculo vacío, el público, tarde o temprano, deja de sentir curiosidad. El espectáculo del morbo tiene fecha de caducidad; la inteligencia y la emoción, en cambio, son eternas. Quizá Telecinco aún esté a tiempo de recordar que la televisión no solo rasca audiencias: también puede acariciar conciencias.

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