Las mujeres, el sexo y esos pensamientos inesperados

¿Es normal que, en medio de la pasión, la mente se escurra hacia otra piel, hacia un pendiente de trabajo o incluso hacia la lista de la compra? Expertas y testimonios íntimos confirman que el deseo no siempre viaja por una línea recta. A veces, el cuerpo arde mientras la cabeza pasea por otras habitaciones.

Lucy-Anne Holmes lo recoge con franqueza en Mujeres en la cima del mundo. Lo que piensan las mujeres mientras practican sexo (Roca Editorial, 2022), donde 51 voces femeninas de distintos rincones del planeta confiesan su vaivén mental. Melodie, una de ellas, admite: “Durante el sexo me preocupaba si lo hacía bien o mal, pero en realidad casi nunca importaba”. Audrey, herida por un abuso sufrido a los cinco años, comparte cómo el trauma y el deseo se cruzan de forma dolorosa: “Intento disociar el acto de mi pasado, y eso dificulta las cosas”. Holmes subraya el dato brutal de la Organización Mundial de la Salud: casi un tercio de las mujeres y niñas del mundo han sufrido violencia física o sexual. “Cuando una mujer intenta entregarse al placer, lo hace a menudo bajo la sombra de esas cicatrices”, explica la autora.

weegee_8774_1993_440176_displaysize Las mujeres, el sexo y esos pensamientos inesperados

Salma, otra de las entrevistadas, recuerda cómo un eco familiar irrumpe en su intimidad: “La primera vez que, en pleno sexo, vi el rostro de mi padre al mirar a mi amante, sentí pavor. Ahora, si me ocurre, me centro en mi pareja o le pido que pare. A veces comparto lo que pasa por mi cabeza”.

Tras escuchar estos relatos, Holmes concluye que el mejor sexo ocurre cuando no hay pensamiento: solo presencia. Pero llegar ahí no es sencillo. La sexóloga clínica Alba Povedano lo explica con naturalidad: “Nuestro cerebro no tiene un interruptor que apague todo lo demás. Igual que en una película emocionante de repente piensas: ‘¿Apagué el horno?’, durante el sexo se cuelan ideas ajenas al momento. Es normal y no significa que disfrutes menos: simplemente somos humanos… y multitarea”.

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La psicoterapeuta sexual Miranda Christophers coincide: el placer profundo es una danza sin coreografía mental. “Si notas que tu cabeza se va, obsérvalo y vuelve a las sensaciones de tu cuerpo”, recomienda. La psicóloga y sexóloga Mariona Gabarra propone cultivar la atención plena: meditaciones, respiración y paciencia para reeducar un cerebro diseñado para saltar entre recuerdos, miedos y fantasías. “Muchos pensamientos intrusivos provienen de nuestras inseguridades o experiencias previas. Con educación sexual y autocompasión, esa ansiedad se atenúa”.

Entre esos pensamientos intrusivos, no siempre aparecen tareas pendientes: a veces surgen otros cuerpos. La alorgasmia —fantasear con alguien que no es la pareja presente— es común. “No significa infidelidad ni falta de deseo hacia tu pareja”, aclara Povedano. “Es una fantasía, una herramienta del cerebro para excitarse. La clave está en diferenciar fantasía de realidad”. Gabarra matiza: cuando hay admiración y amor profundo, lo habitual es que la mente permanezca en quien tenemos delante; pero en vínculos frágiles o sin deseo, la imaginación puede buscar otros rostros.

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La estética también asedia la cama. Según una encuesta de la app de citas Pure, el 59% de las mujeres han evitado tener sexo por inseguridades corporales. Desnudarse no es solo mostrar piel: es mostrar una verdad interior. Desde el Centro Joven de Atención a la Sexualidad lo resumen así: “No se trata de amar tu cuerpo como obligación, sino de habitarlo sin esconderte. El placer no es premio a un tipo de cuerpo: es un derecho que existe incluso con miedos e imperfecciones”.

Moraya Seeger DeGeare, terapeuta de parejas, invita a examinar esas distracciones: “¿Tu mente divaga por ansiedad, presión o vergüenza? Si te desconectas durante el sexo, tu pareja puede sentirte lejano aunque estés a centímetros. El sexo debería ser un encuentro, no una huida”.

En última instancia, el deseo es tan humano como los pensamientos que lo atraviesan. Las fantasías, las dudas y las inseguridades no son enemigos, sino recordatorios de que el placer no es una coreografía perfecta. Es una improvisación, a veces torpe y a veces sublime, donde el cuerpo y la mente aprenden —entre tropiezos y risas— a encontrarse en el mismo lugar.

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