El erotismo salado de Baywatch: cuerpos desnudos al sol, cultura pop y la promesa de un regreso más provocador
Hay algo eternamente insolente en la silueta roja de un bañador recortando el horizonte marino. Baywatch no solo fue una serie de televisión: fue una declaración de principios visuales, un festival de torsos bronceados y piernas infinitas que convirtió la playa en un teatro de erotismo ingenuo, casi ritual. Desde su estreno en 1989, aquellos corredores al ralentí sobre la arena—Pamela Anderson, David Hasselhoff y compañía—no solo salvaron bañistas, sino que consolidaron un mito: el del cuerpo como espectáculo masivo.


El erotismo en Baywatch nunca fue explícito en términos de carne desnuda. Y, sin embargo, pocas series han estado tan desnudas sin desnudarse. Los productores entendieron que el movimiento lento, la piel húmeda y el sol crepuscular podían sugerir más que cualquier escena frontal. Cada plano largo sobre el escote de C.J. Parker o el abdomen esculpido de Mitch Buchannon era una postal táctil: la insinuación convertida en mainstream.
En una época anterior a la hiperconexión de Internet, Baywatch ejercía de puerta semiabierta a la fantasía adolescente. Su erotismo era casi naíf, pero también audaz: en el prime time estadounidense, llevó el cuerpo humano al límite de lo permitido. Si Playboy pertenecía a la estantería oculta, Baywatch estaba en la televisión del salón, bajo la coartada del “drama de rescates”. En esa tensión entre la moral pública y el deseo privado, se gestó su mito.




Cuando Hollywood decidió convertir la nostalgia en carne de cine, la película de 2017 —con Dwayne Johnson y Zac Efron— optó por parodiar ese legado. El humor autorreferencial y el exceso musculoso funcionaron como un guiño: “sabemos que era absurdo, pero lo amabas por eso”. Sin embargo, en su intento de ironizar, la película fue menos erótica que la serie original. Allí donde Pamela Anderson lograba provocar con una simple mirada, el film apostó por un descaro controlado que, paradójicamente, resultó más tibio.
Ahora, con el anuncio de una nueva serie en desarrollo, las preguntas son inevitables: ¿cómo abordará Baywatch el erotismo en una era donde el desnudo es ubicuo en las redes sociales y donde el “male gaze” se examina con lupa? Si quiere recuperar su espíritu, deberá ser tan atrevida como inteligente. Ya no basta con mostrar cuerpos perfectos: el público actual exige ironía, diversidad, vulnerabilidad emocional y, sin embargo, sigue buscando la chispa del deseo.

Imaginemos una Baywatch renovada que no tema el desnudo bien colocado—no como exhibición gratuita, sino como una celebración estética del cuerpo humano. Que entienda que el erotismo no es solo piel, sino tensión, miradas, sudor y humor. Quizás veremos salvavidas tatuados, rescates nocturnos bajo la lluvia, planos que conviertan el vaivén de las olas en una metáfora del deseo. Quizás el nuevo equipo de vigilantes rompa moldes de género, de edad y de etnicidad, demostrando que el atractivo no es monopolio de un tipo de belleza.
Baywatch siempre fue, en el fondo, una fábula playera sobre cuerpos que se cruzan al borde de la tragedia y el placer. Su regreso podría ser una oportunidad para cuestionar y expandir el erotismo televisivo, devolviendo a la cultura pop esa mezcla de insolencia y ternura que la hizo inolvidable. Porque bajo el sol abrasador y el susurro del Pacífico, el deseo sigue oliendo a sal, a bronceador barato y a promesas incumplidas. Y, seamos sinceros, todos queremos volver a ver correr ese bañador rojo.