Sombras en lugar de sueños: el triunfo de la deprimencia en la era del streaming

Basta con entrar hoy en la sección de destacados de una plataforma de streaming para advertirlo: la pantalla se llena de neones apagados, miradas sombrías, crímenes en penumbra, personajes desgarrados por el dolor o la venganza. HBO, Netflix, Amazon, todas coinciden en el mismo patrón visual: la oscuridad como reclamo. La promesa de entretenimiento ya no es la ilusión, sino la tristeza estilizada, el trauma convertido en serie, la violencia envuelta en filtros azulados.

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El contraste con la era dorada de los videoclubs es brutal. En aquellas estanterías de los ochenta y noventa, las carátulas eran afiches de carnaval cinematográfico: aventuras imposibles, comedias que sonreían desde sus portadas, explosiones de color que prometían mundos mejores o, al menos, desbordaban la fantasía de una noche feliz. Cada cinta era una invitación a soñar, a escapar. El presente, en cambio, parece obsesionado con encerrarnos en laberintos de angustia.

¿Es un cambio estético o un reflejo cultural más profundo? Tal vez ambas cosas. El mundo contemporáneo se entiende a sí mismo bajo la sombra de la crisis: cambio climático, tensiones políticas, desigualdad, guerras retransmitidas en directo. El arte audiovisual ya no se presenta como evasión, sino como espejo. Un espejo empañado y turbio que nos devuelve la imagen de nuestra época: la fascinación por lo lúgubre, la identificación con el sufrimiento, el culto a lo “woke” entendido como catálogo de heridas colectivas.

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El cine, que fue fábrica de ilusiones, se ha convertido en un archivo de ansiedades. Ya no ofrece tanto la posibilidad de imaginar un futuro distinto como la necesidad de procesar un presente insoportable. La “deprimencia” que inunda las carátulas de hoy responde a una sociedad que ha sustituido el optimismo por la catarsis, la evasión por la exposición cruda de la herida.

En este tránsito, el espectador también se ha transformado: del soñador que alquilaba cintas para perderse en mundos fantásticos, al consumidor que busca en cada serie un reflejo de su dolor. Lo que celebrábamos como entretenimiento se ha convertido en un ritual de reconocimiento: no buscamos tanto escapar de la oscuridad como sentirnos menos solos dentro de ella.

Quizá, como toda moda, esta estética tenga un ciclo y el péndulo vuelva a girar hacia la luz. Pero hoy, al recorrer las vitrinas digitales del streaming, queda claro que lo que antes fue ilusión es ahora deprimencia. El cine, reflejo y síntoma de nuestra era, nos recuerda que la cultura no solo entretiene: también diagnostica el espíritu del tiempo.

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