La película de Harrison Ford en 1980 que casi nadie recuerda: El rabino y el pistolero
Resulta difícil pensar que en plena efervescencia de su carrera, cuando ya había despegado gracias a Star Wars y estaba a las puertas de convertirse en Indiana Jones, Harrison Ford protagonizó un western cómico que hoy es casi invisible en la memoria del público. Se trata de El rabino y el pistolero (The Frisco Kid, 1979), una producción peculiar que, pese a reunir a Gene Wilder y al propio Ford, quedó relegada a la categoría de rareza.
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Un proyecto pensado para John Wayne
El origen del film ya estaba marcado por la decepción. Robert Aldrich quería a John Wayne como compañero del rabino interpretado por Gene Wilder, pero tras años de intentos, el Duque rechazó la propuesta. En su lugar, apareció Ford, todavía joven pero con el brillo del futuro estrellato en los ojos. Sin embargo, esa sustitución pesó como una losa. El propio Ford reconoció que sentía la desilusión del director: “Cada vez que Robert Aldrich me miraba, pensaba en lo infeliz que estaba por no tener a John Wayne”.

Un western cómico perdido en el tiempo
La película mezcla comedia y western en la historia de un rabino ingenuo que viaja al Oeste y se cruza con un ladrón de bancos de buen corazón, papel que recayó en Ford. Pero ni el tono humorístico ni la química lograron consolidar el proyecto. Se quedó a medio camino: demasiado ligera para ser un gran western, demasiado forzada para destacar como comedia.

El detalle olvidado de una gran estrella
Lo verdaderamente fascinante es que casi nadie recuerda este título en la filmografía de Harrison Ford. Rodada en 1979 y estrenada en 1980, quedó eclipsada por la sombra monumental de Star Wars y el inminente estreno de En busca del arca perdida. En la historia del cine, El rabino y el pistolero es menos una obra mayor que un curioso desvío: una película donde un futuro icono de Hollywood aún estaba probando registros y buscando su lugar.

Más interesante fuera que dentro
Hoy la cinta se revisita más por su historia de producción —la ausencia de Wayne, la tensión de Aldrich con Ford— que por sus méritos artísticos. Y quizá ahí reside su encanto: como la película de Harrison Ford que nadie recuerda, filmada en un 1980 en que todo parecía destinado a catapultarlo al Olimpo del cine.