Rosalía católica y los toros vuelven a latir

La cultura pop redescubre la tradición

Tras una larga década de dominio progresista, la cultura popular comienza a reconciliarse con símbolos, valores y gestos que hasta hace poco se consideraban propios de la derecha o del pasado. El ejemplo más visible es Rosalía, que ha presentado su nuevo disco, Lux, con una portada que evoca un hábito religioso y canciones de títulos como Reliquia o Mío Cristo, acompañada por el coro de Montserrat. La artista, que antes había jugado con lo urbano y lo queer, ahora se sumerge en una espiritualidad luminosa, casi mística, que sorprende y emociona.

Simultáneamente, el cine español nos regala Los domingos, de Alauda Ruiz de Azúa, una película sobre una joven que deja sus estudios para abrazar la vida contemplativa. En un país donde la fe parecía languidecer, estos gestos artísticos parecen anunciar algo distinto: una búsqueda de sentido, de raíz, de trascendencia.

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El regreso del alma y el riesgo

La cultura, sin dejar de ser plural, está empezando a abrirse de nuevo a lo sagrado y a lo simbólico. Lo mismo ocurre con el toreo, que tras años de desprestigio mediático vuelve a despertar interés. Películas como Tardes de soledad o la poética despedida de Morante de la Puebla lo han devuelto a un lugar romántico, heroico, casi metafísico. No se trata ya de sangre ni de espectáculo, sino del gesto: del hombre que se enfrenta al peligro con elegancia y devoción. No es casual que Las Ventas haya registrado su mejor temporada en una década.

El torero, como el monje o el artista, encarna una idea esencialmente conservadora: que la vida tiene un valor trascendente y exige coraje, disciplina y fe. En un tiempo de pantallas frías y emociones instantáneas, esa imagen del riesgo y del honor tiene algo profundamente humano.

Un giro que no es ideológico, sino espiritual

El fenómeno trasciende nuestras fronteras. Taylor Swift se compromete en un jardín clásico con un anillo de diamantes y vestido de Ralph Lauren. Beyoncé graba un álbum de country, género que celebra la vida sencilla, la familia y el trabajo. Incluso la publicidad, con figuras como Sydney Sweeney, recupera una estética femenina sin complejos, más cercana a la belleza natural y al encanto clásico que al discurso militante.

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No se trata de un viraje político. Ni Rosalía ni Swift han dejado de expresar sus ideas. Pero es evidente que los artistas vuelven a sentir curiosidad por la tradición, la fe, la patria, el deseo de permanencia. Y que el público, cansado de lo posmoderno y lo cínico, empieza a buscar raíces.

Quizá lo que estemos viviendo no sea un retroceso, sino una reconciliación con el alma. La cultura pop —esa máquina siempre en fuga hacia lo nuevo— ha mirado al fin hacia atrás y ha descubierto que lo eterno también emociona.

La cruz, el ruedo, la palabra sagrada: todo eso que creímos superado vuelve a brillar con naturalidad en las pantallas y escenarios. Porque, después de tanto ruido, el arte parece haber recordado algo esencial: que la belleza sin trascendencia no basta.

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