Supraconciencia, alma o la conciencia que desafía al tiempo

La huella secreta de la conciencia que desafía al tiempo

Hay preguntas que cruzan los siglos como un hilo incandescente. Preguntas que respiraron en las cavernas, se susurraron en los templos y hoy reverberan en los quirófanos donde la tecnología vigila cada pulso. Una de ellas sigue erguida, inquebrantable: ¿qué ocurre cuando el corazón calla su latido?

El cirujano Manuel Sans Segarra, figura clave de la cirugía digestiva en el Hospital de Bellvitge y profesor de la Universidad de Barcelona, lleva años internándose en ese territorio donde la ciencia roza el borde de lo inefable. Su investigación sobre lo que denomina supraconsciencia no pretende levantar templos místicos, sino comprender si existe una dimensión que manda más allá de la carne, una prolongación luminosa de la mente cuando el cuerpo ha cesado.

Su búsqueda cristalizó en Ego y supraconciencia. Buscando el sentido de la vida, libro publicado el pasado septiembre y convertido en un inesperado éxito editorial en Cataluña. Su ascenso constante en las listas de no ficción revela que, pese a las pantallas, los algoritmos y el ruido multiplicado, seguimos ansiando respuestas a la vieja inquietud que nos hace humanos.

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Durante una conversación en El Matí de Catalunya Ràdio, Sans evocó el origen de su investigación: pacientes que habían cruzado el umbral de la muerte clínica y regresado. “Llegué a atender personas sin pulso, sin respiración, con el electroencefalograma desierto como un páramo. Tras reanimarlas, me hablaban de escenas vividas en ese intervalo en el que, según la medicina, no debería haber percepción alguna.” El desconcierto fue el motor. Cuando los hechos no encajan con el método científico, un espíritu curioso abre caminos nuevos.

A lo largo de los años, el doctor ha recogido testimonios que repiten un patrón casi universal. Cuerpos abandonados desde lo alto, túneles que parecen tragaluces del infinito, una luz que no ciega sino que aquieta, como si el universo respirara en un murmullo de armonía. Lo fabuloso no es la metáfora, sino la precisión: algunos pacientes describen objetos, gestos o conversaciones que más tarde se verifican, como si su mirada hubiera escapado por un instante de las fronteras materiales.

Sans sostiene que han llegado a comprobar algo inquietante. Cuando un paciente recuerda lo que asegura haber “visto” en plena muerte clínica, se activa la región cerebral asociada a la visión. La memoria del cuerpo responde a imágenes que, según toda lógica fisiológica, no deberían haber sido registradas. No serían, por tanto, meras alucinaciones, sino destellos de un territorio aún inexplorado.

El debate inevitable asoma entonces con la transparencia de una mañana de invierno: ¿renace la conciencia? Sans prefiere la prudencia del científico que pisa hielo fino. No afirma lo que no puede medir, aunque tampoco descarta lo que parece reclamar una mirada más amplia. Explica que varias tradiciones orientales hablan de un espíritu que evoluciona en planos sutiles y elige cuándo volver a encarnarse, movido por un impulso de aprendizaje. Ese ciclo eterno, el samsara, sería el latido cósmico que enlaza nacimiento, vida, muerte y retorno.

Mientras la ciencia avanza y la humanidad tantea nuevos umbrales tecnológicos, estas reflexiones anuncian un porvenir donde la conciencia quizá no sea un destello fugaz, sino un viajero antiguo que se asoma a cada vida para seguir su trayecto. En ese horizonte, morir no sería un apagón, sino la pausa de una respiración mayor que todavía no comprendemos del todo.

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