Cuando Bulma se desnuda en la ducha y el anime te mira a los ojos

La escena en la que Bulma, envuelta en vapor y en juventud, se permite mirar más allá del propio encuadre, sigue siendo una de esas pequeñas travesuras de Dragon Ball que, vistas con ojos adultos, adquieren una deliciosa resonancia meta-narrativa.

He vuelto a sumergirme en la serie primigenia —una vez más, sí, pero esta vez en la tersa y transparente cadencia del japonés original— gracias a la edición en Blu-ray que Selecta Visión ha dejado caer como un tesoro inesperado. La restauración no solo afina la textura cromática y la definición de cada trazo, sino que incorpora una traducción nueva, casi arqueológica, que rescata matices perdidos entre años de doblajes apresurados y localizaciones ingenuas. Es como ver el mismo amanecer, pero desde una ventana que jamás habíamos abierto.

Dragon_Ball_6_10-356x1024 Cuando Bulma se desnuda en la ducha y el anime te mira a los ojos

De repente, las paredes de la casa de Yamcha revelan su inscripción Forjado en fuego; una frase que, en castellano, suena casi a sentencia épica. Y aquel grito breve que Goku lanza en su primer encuentro con Oolong —dosskoi!— recupera su origen sumo, cargado de fuerza ritual y humor físico. Son migas de pan que llevan a un bosque más frondoso del que recordábamos.

Y entonces llega ella. Bulma. En el episodio 6, refugiada en la caravana de Oolong, cantando bajo el agua tibia un tarareo que, de pronto, el espectador reconoce: Romantic Ageru Yo, la canción que despide cada capítulo como un suspiro. No es un guiño inocente; es la propia obra riéndose de sí misma, rompiendo el vidrio del acuario para recordarnos que siempre supo que la estábamos mirando.

No es un caso aislado dentro de esa primera era toriyamesca tan juguetona. Ya antes, un pterodáctilo se giraba en pantalla con la soberbia de quien tiene algo que decirnos, clavando los ojos en un público que jamás figuraba en el guion. Y en el manga, durante el combate entre Goku y Yamcha, el borde de la viñeta termina convertido en pared física: una frontera que la hiena del desierto atraviesa sin pedir permiso, estampándose contra el propio contorno del dibujo.

Son pequeñas grietas, sí, pero a través de ellas se cuela una brisa encantadora: esa complicidad entre obra y espectador que, con el tiempo, se vuelve más luminosa y significativa. Dragon Ball, al revisitarla hoy, ya no es solo la aventura iniciática que nos acompañó de niños: es también un artefacto consciente, travieso, que invita a mirar sus costuras con ternura… y que, de vez en cuando, rompe la cuarta pared para recordarnos que el juego sigue vivo.

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