Roblox o el triunfo del meme: cuando Nintendo deja de ser el centro del juego

Hubo un tiempo —no tan remoto— en el que el ocio exigía una liturgia. Leer una revista implicaba sentarse, abrir páginas, aceptar que alguien con criterio había pensado antes que tú. El videojuego también reclamaba ese pacto tácito con la atención: encender una consola, introducir un cartucho, atravesar mundos diseñados con paciencia artesanal. Hoy, en cambio, el pulgar gobierna y el scroll es la nueva epopeya.

La llegada de internet no destruyó la cultura de inmediato; la diluyó. Primero fueron los blogs gratuitos sustituyendo a las revistas especializadas. Después llegó Google y decidió que el conocimiento debía resumirse, fragmentarse, banalizarse. Hoy ya ni siquiera hay textos: hay memes, shorts, estímulos de quince segundos y una carcajada hueca que se evapora antes de convertirse en pensamiento. El ocio, como el lenguaje, se ha vuelto instantáneo, desechable y adictivo.

En ese paisaje, Roblox no es una anomalía: es la consecuencia lógica. No es solo una plataforma de videojuegos, es un ecosistema de microestímulos, una feria infinita donde cada experiencia dura lo justo para no aburrir, donde el meme se convierte en mecánica y el brainrot en diseño. No hay obra, hay flujo. No hay autor, hay algoritmo. Y, sobre todo, no hay precio.

Captura-de-pantalla_18-12-2025_191610_gemini.google.com_ Roblox o el triunfo del meme: cuando Nintendo deja de ser el centro del juego

Ahí reside el verdadero problema para Nintendo.

Porque Nintendo no compite solo contra otras consolas. Compite contra la gratuidad, contra la dispersión y contra una nueva forma de entender el tiempo libre. ¿Por qué pedirle a un niño —y, por extensión, a sus padres— que pague por The Legend of Zelda: Breath of the Wild o Super Mario Odyssey, obras que exigen aprendizaje, paciencia y sensibilidad lúdica, cuando Roblox ofrece miles de experiencias inmediatas, gratuitas y diseñadas para la risa fácil, el caos y la repetición?

Nintendo sigue creando catedrales en un mundo que ahora consume chabolas digitales con luces de neón.

El paralelismo con las revistas no es casual. Cuando desaparece la mediación cultural, cuando se pierde la figura del prescriptor formado, el nivel medio desciende. No porque el público sea incapaz, sino porque nadie le invita a subir. Los niños, como siempre, son el espejo de sus padres. Y en una sociedad que ha cambiado artículos por memes y pensamiento por reacción, el videojuego no podía salir indemne.

unnamed-4-fotor-20251218194826 Roblox o el triunfo del meme: cuando Nintendo deja de ser el centro del juego

Roblox no enseña a jugar mejor; enseña a consumir más. No educa la mirada, la entrena para no detenerse. Es TikTok convertido en mando, YouTube Shorts con avatar y físicas rudimentarias. Y funciona. Funciona porque responde a una época donde lo gratuito se confunde con lo suficiente y donde la cultura se percibe como un obstáculo, no como un valor.

Nintendo, por su parte, sigue defendiendo una idea casi romántica del videojuego: mundos cerrados, diseño consciente, música memorable, personajes que perduran. Pero esa resistencia tiene un precio. Y en un ecosistema dominado por lo gratis, pagar se ha convertido en un acto casi subversivo.

El peligro no es que Roblox sea popular. El peligro es que esté educando a toda una generación en la idea de que el videojuego no necesita profundidad, ni estructura, ni memoria. Solo estímulo. Solo ruido. Solo meme.

Las revistas cayeron. La cultura se fragmentó. Y ahora el videojuego atraviesa el mismo cruce de caminos. Nintendo no está perdiendo contra una plataforma concreta; está luchando contra un cambio antropológico del ocio. Uno donde ya no manda quien crea mejor, sino quien distrae más rápido.

Y ahí, hoy por hoy, quien manda no viste gorra roja ni empuña una espada legendaria. Manda un logo cuadrado, multicolor y gratuito. Se llama Roblox. Y no pide permiso.

Puede que te hayas perdido esta película gratuita