Ane Lindane desnuda

Ane Lindane: la humorista que pide cárcel para todos… menos para los suyos

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la humorista que pide cárcel para todos… menos para los suyos

Ane Lindane, humorista de verbo afilado y puesta en escena provocadora, ha vuelto a agitar las redes con un monólogo en el festival EHZ, celebrado en una iglesia sin desacralizar. Allí, subida al altar, simuló una masturbación con un crucifijo, grabó la escena y la subió a sus redes bajo la etiqueta de «blasfemia redentora» y carcajada justiciera. Lo hizo, según sus palabras, para denunciar los abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica. Y por supuesto, para “mancillar”, “blasfemar” y hacer “tambalear los cimientos del catolicismo”.

La Fundación Española de Abogados Cristianos ha respondido presentando una denuncia por delito de escarnio, recogido en el artículo 525 del Código Penal, y señalando que la performance se llevó a cabo en Francia, donde este tipo de actuaciones no están tipificadas como delito, pero que podría ser un presagio de lo que ocurrirá en España si se despenalizan los delitos contra los sentimientos religiosos.

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Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol del espectáculo ideológico. Pero quizás alguien debería explicarle a la susodicha humorista que si aplicáramos su lógica —según la cual, los crímenes cometidos por miembros de una institución justifican la ridiculización de toda la institución y la prohibición de sus símbolos y ritos—, entonces deberíamos también cerrar todos los teatros, clubs de comedia y estudios de televisión, dado que también han existido humoristas condenados por abusos sexuales, pederastia, violencia machista o agresiones físicas.

¿O acaso no hemos visto caer a cómicos de renombre por delitos horrendos? ¿Deberíamos, por ello, prohibir la profesión entera de humorista? ¿Meter en la cárcel a todos los que se suben a un escenario con un micrófono? ¿Asumir que todo chiste es cómplice de un crimen? Desde luego, nadie serio defendería semejante generalización… salvo cuando el objetivo es otro.

La cruzada de Lindane no distingue entre la crítica justa y la simplificación grosera. El abuso de poder, venga de donde venga, merece denuncia y reparación. Pero reducir el dolor de las víctimas a una escena cómica de falsa masturbación no es justicia simbólica, sino teatro barato. Y no el mejor.

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La sátira tiene su lugar, claro. Pero cuando se convierte en arma arrojadiza indiscriminada, termina siendo más dogmática que aquello que pretendía criticar. Y si lo que se busca es purgar los crímenes del pasado con carcajadas impostadas, sería mejor empezar por reírse también de los monstruos propios. Porque, como todos los gremios, el del humor no está libre de pecado.

O aplicamos la ley del todo vale para todos, o aceptamos que la justicia no se escribe con risas sino con coherencia.

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