Crítica ‘El contable 2’: cuando Rain Man se cruza con una buddy movie armada hasta los dientes
El contable 2: del síndrome de savant al cartucho de plomo
Cuando Rain Man se cruza con una buddy movie armada hasta los dientes
Gavin O’Connor regresa con una secuela tardía que apuesta por el clasicismo narrativo y una acción tangible, alejada del artificio superheroico. El contable 2 conjuga el retrato de la neurodivergencia con las dinámicas fraternales del cine policial, construyendo un film híbrido que transita entre la introspección y el disparo.

En un panorama saturado de explosiones digitales y sobreestimulación visual, El contable 2 aparece como una anomalía. No por revolucionaria, sino por deliberadamente conservadora: en lugar de aumentar el voltaje CGI o construir mundos imposibles, Gavin O’Connor —quien ya firmara la primera entrega en 2016— opta por pulir los resortes de un thriller funcional, con pulsión física, toques de humor calculado y una estructura narrativa que dialoga con el clasicismo del cine de acción de los 80 y 90.
Ben Affleck retoma su papel de Christian Wolff, contable autista y letal ejecutor de cuentas morales y balísticas. Su interpretación, deliberadamente monolítica, se equilibra con la de Jon Bernthal, quien explora el registro del hermano socarrón con una soltura que introduce oxígeno a una historia que, de otro modo, podría haberse tornado hermética. Entre ambos actores emerge esa química disonante propia de las mejores buddy movies, actualizada con una melancolía contenida.

Pero si algo singulariza esta secuela es su extraño pero estimulante mestizaje genérico: hay ecos directos de Rain Man (Barry Levinson, 1988) en la forma en que se aborda la condición del protagonista, con respeto clínico pero sin convertirla en centro de patetismo. A la vez, la estructura dramática remite al cine de pareja policial, con enfrentamientos cuerpo a cuerpo, diálogos punzantes y una progresión narrativa que prioriza la acción sobre la introspección.
El guion, aunque simple, evita caer en la trampa de la grandilocuencia. No se molesta en reinventar la fórmula, sino que la afina desde dentro. Es en este punto donde El contable 2 se revela como producto calculado pero no vacío. La inclusión de humor —un recurso claramente derivado de las tendencias actuales de taquilla que exigen desdramatizar incluso los relatos más duros— no erosiona del todo la gravedad emocional del film, sino que permite una lectura más ligera, sin traicionar la esencia del personaje central.

La puesta en escena de O’Connor es contenida. Renuncia al barroquismo visual en favor de una ejecución clara, casi sobria, en la que la acción se inscribe en espacios reconocibles y sin deformaciones digitales. La fotografía opta por una paleta institucional, desaturada, que subraya la frialdad operativa de los escenarios, mientras que la música de Mark Isham acompaña con sutileza, sin subrayar emociones con trazo grueso.
El contable 2 es, en suma, un film que no busca redefinir los márgenes del género, pero sí habitar un territorio cada vez más raro en el cine de acción contemporáneo: aquel donde la verosimilitud física importa más que la grandilocuencia del efecto visual, donde el humor es dosificado con intención mercadotécnica, pero no al punto de vaciar la historia, y donde la herencia dramática de películas como Rain Man puede coexistir con el sonido seco de una Glock descargando justicia.
Conclusión:
¿Puede el thriller contemporáneo dialogar con la sensibilidad de un clásico dramático sin perder fuerza? El contable 2 lo intenta, y en el cruce —a veces torpe, a veces lúcido— se juega su rareza. Una rareza que, quizás, merezca verse en pantalla grande.