Cuando el píxel soñó con volar: la portada fundacional de Microhobby y su regreso estelar en 2025

Hay portadas que no se miran, se recuerdan. Portadas que no venden, sino que despiertan. Y en enero de 1984, España vivió una de esas epifanías gráficas cuando apareció, como una chispa eléctrica en mitad del papel couché, el número uno de Microhobby. Su artífice fue José María Ponce, diseñador y visionario, que no solo firmó una ilustración: fundó un portal.

Allí, en esa imagen inaugural, no se representaba un objeto ni una moda, sino un umbral. Un joven —el programador, el jugador, el soñador— cabalgaba en una bicicleta voladora hacia un firmamento de código y estrellas. Una silueta en tránsito, suspendida entre el fósforo verde y la fantasía, entre el caucho de las teclas del Spectrum y la evocación cósmica de E.T. o Encuentros en la tercera fase. Era Spielberg cruzado con Sinclair. Cine con bits. Ciencia ficción con BASIC.

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Aquel muchacho, dibujado como quien dibuja un manifiesto sin palabras, miraba al futuro con la osadía del que aún no sabe que está cambiando el mundo. No era solo un ciclista sobrevolando la pantalla, era el símbolo de una nueva generación: la del joven creador digital que no consumía pasivamente, sino que imaginaba, tecleaba y jugaba como quien escribe su primer relato galáctico.

Una revolución de goma y luz

Microhobby no fue una revista, fue un fuego. Cada número enseñaba a programar, a pensar, a leer lenguaje máquina como si fueran jeroglíficos mágicos. Aquellos listados interminables —¡RUN!— eran nuestros conjuros. La pantalla de fósforo, nuestro altar. La RAM, un reino finito pero infinito en promesas.

Y Ponce supo traducir todo eso a una iconografía juvenil, cinéfila y futurista. Aquella portada inaugural no era solo bella; era urgente, culta, popular y profética. En un país aún con resaca de dictadura, un chico pixelado nos decía: el futuro no viene de América ni de Moscú. Lo vas a escribir tú. En casa. Con un cassette y un teclado de goma.

Microhobby 2025: el regreso del viajero estelar

Y ahora, en 2025, el viajero regresa. Aquel joven ciclista de 1984 ha cruzado cuarenta años de sistemas operativos, consolas, motores gráficos y distopías digitales. Ha visto mundos. Ha sobrevivido al abandono del disquete, al auge del indie, al despotismo del CGI. Y ha vuelto. Microhobby resucita, no como una reliquia, sino como un testigo.

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Porque hoy, más que nunca, hace falta recordar que la informática nació de la imaginación, no del algoritmo. Que antes del tutorial estaba el descubrimiento. Que el juego no era una fuga, sino un laboratorio emocional.

Microhobby 2025 recupera esa mirada original. La del que no solo quiere saber cómo funciona un juego, sino por qué nos hace sentir como un astronauta con un joystick en la mano y una galaxia de posibilidades en la cabeza.

Hoy, ese joven de la portada tiene canas y quizá hijos. Pero sigue pedaleando. Sigue mirando al cielo digital en busca de nuevos horizontes. Porque el viaje nunca terminó. Porque, como decía el cartel de aquella vieja película de Spielberg, el cielo es el límite… y la tecla, el motor.

Bienvenido, otra vez, al futuro.

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