De másters, mentiras y milagros: el PP y la política del currículum celestial
En la política española hay cosas que no cambian, como el gazpacho en verano o el escándalo en campaña. Pero hay una en particular que ya merece su propia tesis doctoral (falsa, por supuesto): el arte de embellecer el currículum vitae. Porque si algo ha demostrado el Partido Popular —con esa perseverancia casi bíblica— es que no hay experiencia más valiosa que la experiencia inventada.
Desde másters que se evaporan como agua bendita en la solapa de un demonio, hasta carreras que parecen haber sido cursadas en Narnia convalidando créditos por méritos del alma, el PP ha hecho del currículum una suerte de relato de autoficción política. Ya no se trata de mentir. Eso sería demasiado mundano. No. Se trata de elevar la biografía hasta el cielo de las virtudes inventadas. Un currículum, hoy, no se redacta: se reza.
El nuevo santo oficio: embellecer el pasado
El problema no es solo que algunos nombres en las filas populares hayan «inflado» su formación académica. El problema es que se ha convertido en una tradición interna, como los mítines con ventiladores o los sobres que no llegan. Aquí, el mérito no se demuestra: se asume. ¿Que usted no terminó Derecho? Tranquilo, tiene toda la pinta de haberlo hecho. ¿Que el máster en Harvard no aparece en los registros? Seguramente porque se lo dieron en espíritu. Y si no hay pruebas, tanto mejor: lo importante no es la verdad, sino la fe.

Lo irónico —y lo trágico— es que esta forma de gobernar con títulos gaseosos no solo no escandaliza al votante medio, sino que parece hacerle gracia. ¿Otro máster falso? ¡Qué pillines! Y se ríe el pueblo mientras firma la renovación del voto, como quien elige siempre la misma marca de yogur aunque le siente mal.
Entre el delito y la devoción
Hay en esta España nuestra un extraño pacto no escrito: los políticos pueden robar, mentir, falsear, manipular, incluso cantar mal en TikTok… mientras no nos quiten el fútbol y la cerveza. Y ellos lo saben. Por eso el político ya no teme el castigo, sino el olvido. Prefiere una portada en prensa que una auditoría. Porque lo importante, en estos tiempos, no es ser honesto… sino parecer alguien a quien le da igual no serlo.
La política se ha convertido en una tragicomedia de toga invisible, donde los de arriba se ríen como dioses menores, sabiendo que, pase lo que pase, volverán a salir en la foto con una sonrisa fotogénica y un título inexistente. Mientras tanto, los de abajo —nosotros, la plebe titulada en becas y decepciones— seguimos soñando con opositar, aunque sea para no opositar nunca al sistema.
Votar como quien aprueba sin leer
Y así seguimos, dándoles el voto como quien les entrega un diploma. Aplaudimos su oratoria de cartón piedra, sus méritos en universidades mágicas, sus doctorados en Nada Aplicada. Lo hacemos como si el voto fuera una indulgencia plenaria, como si absolviéramos cada desliz con un «bueno, todos son iguales». Pero no, no todos son iguales. Algunos, simplemente, mienten mejor en Arial 12 con justificado y márgenes reglamentarios.
Tal vez algún día, en un futuro improbable, los políticos empiecen a ganarse el currículum en la calle, en la gestión, en la verdad. Hasta entonces, sigamos atentos a la nueva modalidad de corrupción: la titulitis milagrosa. Y recordemos que no hay delito que resista un buen encuadre electoral.
Al fin y al cabo, en esta España nuestra… el único título que nunca mienten es el de “Su Señoría”. Porque ellos, no lo olvidemos, son jueces de su propia inocencia. Y nosotros, simples extras con derecho a voto y cara de gilipollas.