De oráculo a supermercado: cómo Google mató a su buscador y a YouTube

Hubo un tiempo en que Google era la brújula del mundo digital, un portal donde uno escribía una palabra y recibía, como respuesta, un caleidoscopio de conocimiento. Enciclopedias, blogs, críticas, foros, páginas personales… el buscador no era un simple escaparate, sino una ventana abierta al pensamiento humano. Hoy, sin embargo, esa ventana se ha empañado, convertida en un escaparate frío donde los maniquíes llevan la etiqueta de “Comprar ahora”.

La metamorfosis ha sido lenta, casi sigilosa, pero devastadora: la información se ha visto desplazada por la venta. El buscador que alguna vez devolvía artículos de referencia, reseñas independientes o experimentos caseros de un aficionado curioso, ahora entrega catálogos, enlaces patrocinados y un mar de tiendas que ocupan las primeras páginas. La promesa de acceso libre al conocimiento ha sido sustituida por la promesa de consumo inmediato. Google, en su afán de monetizar hasta la última sílaba, olvidó que la búsqueda era también un acto cultural, no solo un clic mercantil.

Y no satisfecha con haber convertido su buscador en un bazar, la compañía ha decidido torpedear su otra joya: YouTube. Lo que antes era un océano de videos largos, donde podían encontrarse desde clases magistrales hasta documentales amateurs, ahora se ha reducido a un carrusel de shorts tan fugaces como insustanciales. Al buscar un tema concreto, el usuario no encuentra la voz reflexiva ni el ensayo audiovisual, sino una cascada de clips triviales, memes reciclados y fragmentos sin contexto que contaminan la experiencia.

8b33854f-3c4e-4140-a1b6-4479a91a9570-fotor-2025092875130-1024x683 De oráculo a supermercado: cómo Google mató a su buscador y a YouTube

YouTube, que fue alguna vez la gran biblioteca audiovisual del siglo XXI, corre el riesgo de volverse un TikTok con disfraz académico: más ruido que contenido, más distracción que descubrimiento. El espectador que busca profundidad tropieza con un algoritmo que prefiere la chispa de la adicción instantánea antes que la llama del conocimiento prolongado.

El problema no es la existencia de shorts ni de publicidad: es su hegemonía. El buscador ha dejado de buscar y YouTube ha dejado de mostrar. En ambos casos, Google ha olvidado que su grandeza no estaba en imponer lo que la gente debía ver o comprar, sino en darles la libertad de hallar lo que realmente buscaban.

El futuro se decide en un detalle: ¿serán estas plataformas un museo vivo de la cultura digital o un supermercado de clips desechables? La respuesta, tristemente, parece estar ya escrita en neón.

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