Disney y la obsesión de redescubrir la pólvora en Star wars
El tercer volumen no es la excepción: uno de sus episodios más esperados nos sitúa en la batalla climática de Star Wars: Episodio IV – Una nueva esperanza, reviviendo la emblemática destrucción de la Estrella de la Muerte. El capítulo, titulado Black, está dirigido por el reconocido animador japonés Shin’ya Ōhira, conocido por su trabajo en clásicos como Porco Rosso, Akira, El viaje de Chihiro y series como One Piece.
Disney vuelve a tropezar con la misma piedra galáctica: anunciar como gran novedad lo que ya se ha contado mil veces en el universo expandido de Star Wars. La última ocurrencia es narrar la destrucción de la Estrella de la Muerte desde “otro ángulo”, en este caso a través de los ojos de un soldado imperial. Una idea presentada como revelación narrativa, pero que en realidad huele a reciclaje viejo disfrazado de innovación psicodélica.
La saga no necesita que le den vueltas filosóficas a su propio mito. No necesita redescubrir la épica desde la perspectiva íntima de un stormtrooper anónimo, ni envolverse en experimentos que parecen tesis universitarias con paleta de colores de videojuego indie. Lo que Star Wars pide a gritos es volver a ser Star Wars: aventuras palpitantes, space opera pura, presupuestos colosales, héroes y villanos tallados en piedra mítica, y la emoción simple, casi infantil, que hizo latir el corazón de millones de espectadores en 1977.
Andor demostró que se puede profundizar en la política y la oscuridad del Imperio pero perdiendo grandeza y tensión. Pero la maquinaria de Disney insiste en confundir lo secundario con lo esencial, y en vender ideas menores como si fueran descubrimientos siderales. Al final, lo único que logran es marear a la audiencia, que no quiere tratados sobre los traumas existenciales de un soldado de asalto, sino el rugido de las naves, los duelos de sables y la emoción inmediata de un relato clásico.
El problema es simple: Star Wars no puede sobrevivir únicamente como laboratorio experimental. Su fuerza radica en lo directo, en lo mítico, en lo icónico. Cada vez que Disney decide darle la vuelta a lo ya contado, se aleja un paso más de la esencia que convirtió a la saga en un mito cultural: la aventura sencilla, la épica que no necesita disfrazarse de novedad para seguir siendo eterna.
Si la galaxia muy, muy lejana quiere seguir viva, no bastan ángulos inéditos ni perspectivas “humanas” de un stormtrooper. Lo que hace falta es volver a confiar en la aventura, en el espectáculo y en el poder de la space opera. Es decir, volver a confiar en el corazón del espectador, y no en la libreta de apuntes de un guionista que cree haber descubierto América al recontar la destrucción de la Estrella de la Muerte.