Donkey kong bananza o cómo Scooby doo ha invadido el alma del gran simio de Nintendo
Donkey kong bananza o cómo Scooby doo ha invadido el alma del gran simio de Nintendo
Durante décadas, Donkey Kong ha sido sinónimo de fuerza bruta, plataformas selváticas y ritmos tribales. Pero con Donkey Kong Bananza, la criatura emblemática de Nintendo parece haber dado un salto no solo en lo jugable, sino también en lo identitario… hacia un horizonte inesperado: el universo de Scooby-Doo.

Y no hablamos de un guiño anecdótico. Hablamos de una verdadera metamorfosis que hace que el Donkey actual se sienta más cerca del perro parlante glotón y miedoso de Hanna-Barbera que de sus propias raíces arcade. Esta comparación, que en un primer vistazo podría parecer exagerada o incluso humorística, adquiere cuerpo y sustancia a medida que uno recorre los estratos de Bananza.
Voz cavernosa y dulzura gutural
El primer aviso llega a través del oído. Donkey, en esta nueva entrega, ha sido dotado de una voz que, lejos de parecer la de un simio enfurecido, recuerda ese tono cavernoso, infantilizado y bonachón de Scooby. Es una voz que se arrastra entre gruñidos adorables, que no impone, sino que acaricia, y que juega constantemente al borde de lo cómico. Es una entonación que no parece temer a nada… salvo al hambre.

Banana-galleta: el mismo apetito sagrado
Lo que en Scooby era obsesión canina por las Scooby-galletas o las pizzas derretidas, en Bananza se traduce en un culto casi religioso a la banana. Cada vez que Donkey se topa con un racimo, se transforma —como el perro detective ante su premio culinario— en una criatura pura, incontrolablemente feliz, vulnerable ante el deseo. Esa relación emocional con la comida, esa gula casi infantil, es uno de los nexos más evidentes entre ambos personajes.
La banana no es solo un objeto recolectable: es fetiche, motor narrativo y poético, objeto de amor verdadero.

Humor gestual y muecas teatrales
Las animaciones de Donkey en esta entrega abandonan la rudeza simiesca para entregarse a una expresividad casi de slapstick televisivo. Torpezas, miradas desorbitadas, pasos de puntillas, giros teatrales… todo resuena a Scooby-Doo en plena escena de susto o sorpresa. Su rostro, maleable hasta la caricatura, convierte a Donkey en un mimo exagerado, capaz de narrar con una ceja más que con un monólogo entero.
Este Donkey no grita ni ruge: se estira, se encoge, salta de miedo, se tapa los ojos, hace sonar sus tripas y se lanza de cabeza al caos con una coreografía cómica exquisita.
Un mundo que también juega a disfrazarse
Donkey Kong Bananza no solo ha sido poseído por el espíritu de Scooby en lo sonoro y lo físico: su universo también se impregna de esa estética entre lo grotesco y lo festivo. Cada uno de los villanos y NPCs parece salido de una galería de monstruos traviesos, con formas exageradas, voces cómicas y gestos de Halloween para todos los públicos. Es como si el juego entero fuese un episodio largo de Scooby-Doo, ¿dónde estás?, ambientado en un parque temático de frutas tropicales.
Las “Bananzas” que transforman a Donkey no son solo power-ups: son, en el fondo, disfraces. Y con cada transformación, Donkey no se fortalece: se convierte en otra criatura absurda y entrañable, como Scooby bajo una sábana jugando a ser fantasma.

Una nueva dimensión de identidad
Este paralelismo no debería entenderse como una pérdida de identidad para Donkey Kong, sino como una mutación gozosa. Nintendo ha sabido tejer con astucia el espíritu de Scooby-Doo en su criatura más peluda, otorgándole un carisma fresco, cercano, teatral y profundamente jugable.
Con Bananza, Donkey ha dejado de ser un bruto de plataformas para convertirse en un payaso tropical encantador. Uno que, como Scooby, se mueve por impulso, por miedo, por hambre y por una ternura indestructible.

¿El resultado? Un personaje que no solo se juega, sino que se abraza. Y si alguien aún duda de esta comparación, solo tiene que cerrar los ojos al recoger una banana y escuchar a Donkey murmurar ese “mmmhhhhh” de placer… que bien podría ser un “Scooby-Doooby-Doo!” en otra vida.
Nintendo, sin decirlo, ha dejado entrar a Hanna-Barbera por la puerta de la selva. Y el resultado es tan inesperado como deliciosamente entrañable.