Dos tontos muy tontos: el remake geopolítico

Dos tontos muy tontos: el remake geopolítico

Hay imágenes que valen más que mil palabras y otras que, en su elocuencia muda, parecen haber sido concebidas por el mismo demiurgo del absurdo. Hace unos días, la televisión nos obsequió con una estampa que, sin necesidad de guion ni efectos especiales, evocaba con pasmosa fidelidad la esencia de la comedia más descabellada. En el despacho oval de la Casa Blanca, una escena que parecía extraída de Dos tontos muy tontos se desarrollaba ante nuestros ojos: Elon Musk, con una sonrisa Profident y un histrionismo desbocado, permanecía de pie, irradiando esa energía de vendedor de autos usados que ha convertido en su marca registrada; su hijo, fiel heredero del caos, toqueteaba con infantil desenvoltura todo lo que encontraba a su paso; y, sentado en el escritorio presidencial, Donald Trump lucía una expresión suspendida entre la ira y la bobería, como si de repente hubiera olvidado si estaba a punto de firmar un decreto o si simplemente le había dado un calambre en el alma.

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El paralelismo con la célebre película protagonizada por Jim Carrey y Jeff Daniels es, cuanto menos, tentador. En el filme de 1994, los personajes de Lloyd Christmas y Harry Dunne encarnaban la idiotización llevada al extremo, una estupidez tan excelsa que trascendía su propia ridiculez hasta convertirse en arte. Pero, ¿y si la farsa no fuera solo cinematográfica? ¿Y si el despropósito hubiera conquistado las altas esferas del poder global?

Donald Trump y Elon Musk, como si fueran la versión con traje y corbata de los dos atolondrados protagonistas, han demostrado que, en la era del espectáculo, el dominio del mundo no requiere de sabiduría, sino de carisma bufonesco y una total indiferencia ante la lógica. Uno, un magnate de la tecnología que alterna entre visionario y charlatán con la misma facilidad con la que tuitea tonterías; el otro, un exmandatario que ha convertido la política en un reality show donde el escándalo es el guion y la indignación el principal patrocinador. Entre ambos, el destino de la civilización pende de un hilo, uno de esos que probablemente vendan en SpaceX por un precio exorbitante con la promesa de colonizar Marte.

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Mientras Musk juega a ser Tony Stark en un mundo donde la tecnología avanza más rápido que la ética, Trump se aferra a una nostalgia de cartón piedra en la que la grandilocuencia sustituye a la gobernanza efectiva. En Dos tontos muy tontos, los protagonistas sobreviven a pesar de sí mismos, deambulando por un mundo que los supera, pero que, paradójicamente, nunca logra doblegarlos del todo. Algo similar ocurre con estos dos titanes de la necedad: se equivocan, fracasan, protagonizan situaciones que desafían cualquier noción de decoro y, sin embargo, ahí siguen, incólumes, dominando titulares y modelando el zeitgeist de una era donde el absurdo se ha convertido en el idioma oficial del poder.

Al final, la gran lección de esta tragicomedia global es que la idiotez no solo es indestructible, sino que, bien administrada, es una herramienta política de primer orden. Nos reímos de los payasos, pero no olvidemos que, en este circo, son ellos quienes manejan el látigo. En el despacho oval o en el plató de Hollywood, la farsa es la misma; lo único que cambia es el presupuesto.

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Dos tontos muy tontos: el remake geopolítico