El calendario erótico de Arancha Bonete y Silvia Fominaya: erotismo y mitología popular en la España del cambio de siglo

El calendario de Arancha Bonete y Silvia Fominaya: erotismo y mitología popular en la España del cambio de siglo

Hubo una época en que el erotismo impreso marcaba el pulso del imaginario popular con una potencia que hoy parecería insólita. Una época en la que la fotografía de calendario no era un simple pretexto decorativo en talleres o barberías, sino una suerte de altar laico donde la carne se sublimaba en rituales de papel cuché, alcanzando una visibilidad masiva y un estatus casi iconográfico. En ese contexto de cambio sociocultural —la España de finales del siglo XX y los albores del XXI— emerge como un testimonio paradigmático el célebre calendario protagonizado por Arancha Bonete y Silvia Fominaya, dos musas de la televisión popular que supieron encarnar como pocas la estética, las ansiedades y los placeres de una época.

Lejos de ser un simple objeto de consumo, aquel calendario puede leerse hoy como un documento antropológico: síntesis de una sensualidad sin filtros, de un país que aún digería los estertores del franquismo mientras abrazaba con apetito voraz una modernidad entendida como liberación sin complejos. Las poses de Bonete y Fominaya, cuidadosamente orquestadas entre la sugerencia y la frontalidad explícita, cristalizan el tránsito entre el erotismo heredado de la revista Interviú y la estética saturada y descaradamente artificial de los primeros 2000, cuando la carne ya no se ocultaba tras velos simbólicos, sino que se ofrecía como espectáculo total, casi televisivo.

El calendario no sólo captura el cuerpo de sus protagonistas; captura el deseo colectivo de una España que se mira en el espejo de sus mitologías mediáticas. Bonete y Fominaya no eran actrices al uso ni modelos de pasarela; eran rostros conocidos por el gran público, íntimamente ligados a una televisión que oscilaba entre el esperpento, el costumbrismo y la hipersexualización de lo femenino. Su desnudez no era tanto un gesto artístico como un pacto tácito con el espectador: un guiño que combinaba familiaridad y provocación, erotismo de barrio y aspiración estética de videoclip.

La luz, los encuadres, el vestuario (o su ausencia) obedecían a una gramática visual que, si bien puede parecer tosca desde una sensibilidad contemporánea, hablaba con claridad a su tiempo. Los decorados eran casi teatrales, remitiendo a entornos exóticos, industriales o fantásticos que convertían cada mes del año en una viñeta hiperbólica de erotismo mitológico. Como si los cuerpos de Bonete y Fominaya fueran alegorías de estaciones o signos zodiacales, el calendario se erigía en un códice pagano de la belleza femenina entendida como espectáculo rotativo.

Pero quizás lo más revelador de este objeto no es su contenido, sino su circulación: su ubicuidad en talleres mecánicos, quioscos, bares de carretera, cuartos de adolescentes y archivos nostálgicos. No era un producto marginal ni una rareza de coleccionista; era mainstream. Y precisamente ahí radica su fuerza como artefacto cultural. El calendario de Bonete y Fominaya es, en cierto modo, la Capilla Sixtina del erotismo popular español: un compendio visual donde confluyen la carne televisiva, la cultura de la foto impresa y la fantasía colectiva de una masculinidad que encontraba en aquellas imágenes una mezcla de refugio, sueño y rito.

Hoy, revisitado desde la distancia histórica, ese calendario adquiere una pátina de reliquia pop. Nos habla de un país que buscaba en el cuerpo femenino no sólo una forma de placer visual, sino una manera de construir su propia identidad postmoderna, oscilando entre la tradición y la ruptura. En su superficie brillante aún se perciben los ecos de un deseo que fue colectivo, visible y, a su manera, profundamente político.

Arancha Bonete y Silvia Fominaya no sólo posaron desnudas para un calendario; encarnaron, durante doce meses y mucho más allá, el alma de una España que ya no existe, pero que aún palpita en el imaginario de quienes crecieron bajo su hechizo de papel.

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