El De Tomaso Pantera: Furia mecanizada entre dos continentes
El De Tomaso Pantera: Furia Mecanizada entre dos Continentes
Pocas veces en la historia del automóvil ha cristalizado con tanta pureza un maridaje técnico y estético como el que representa el De Tomaso Pantera, ese felino de acero que, desde la década de 1970, encarna el sueño febril de unir la precisión deportiva europea con el músculo irrefrenable de Detroit. Surgido del ingenio del italo-argentino Alejandro De Tomaso, el Pantera se alza como un canto mecánico al exceso controlado, a la belleza funcional y al exotismo de una era dorada que ya no volverá.
El Génesis del Rugido
Presentado por primera vez en el Salón del Automóvil de Nueva York en 1970, el De Tomaso Pantera fue fruto de una sinergia sin precedentes entre De Tomaso Automobili, con sede en Módena, y el coloso Ford Motor Company, que en aquel entonces buscaba un deportivo europeo capaz de competir con Ferrari, Maserati y Lamborghini, pero a un precio más contenido. Esta colaboración desembocaría en una obra de arte de ingeniería híbrida: diseño y chasis italianos, corazón estadounidense.

El diseño de la carrocería fue confiado al genio refinado de Tom Tjaarda, trabajando entonces para Ghia, quien le otorgó un perfil bajo, afilado y geométrico, con aristas tajantes y una aerodinámica casi felina. El capó inclinado, los pasos de rueda musculosos y la trasera truncada ofrecían una silueta que parecía perpetuamente en movimiento, incluso detenida.
Arquitectura Mecánica: Brutalidad Racionalizada
Bajo la tapa del motor latía el colosal V8 Cleveland de 5.8 litros (351 pulgadas cúbicas) de Ford, una unidad atmosférica de gran fiabilidad y abundante par motor, capaz de entregar en su versión inicial unos 330 CV a 6.000 rpm, con un par que superaba los 450 Nm. Este propulsor, con bloque de hierro fundido y culatas de alto flujo, estaba acoplado a una caja de cambios ZF de cinco velocidades, montada en posición transaxle, que transmitía la potencia a las ruedas traseras con una respuesta inmediata y áspera, propia de los muscle cars.

El Pantera adoptaba una configuración de motor central-trasero, lo que ofrecía un reparto de masas altamente competitivo para su época, contribuyendo a una dinámica de conducción mucho más equilibrada que la de los tradicionales coches americanos con motor delantero y tracción trasera.
Su bastidor monocasco de acero, soldado con esmero artesanal en las instalaciones de Vignale, representaba un avance sobre la estructura tubular de su predecesor, el De Tomaso Mangusta, otorgándole mayor rigidez torsional sin sacrificar ligereza.
Las suspensiones independientes en ambos ejes, con doble triángulo superpuesto, daban al conjunto una compostura sorprendente en curva, aunque exigían manos expertas a velocidades altas. El equipo de frenos, de discos ventilados, firmados por Girling, completaba una arquitectura pensada para el alto rendimiento en carretera abierta y en circuito.

Símbolo de una Época: Entre Glamour y Furia
El Pantera no fue únicamente una máquina poderosa; fue también un objeto de deseo. Propiedad de leyendas como Elvis Presley, quien poseyó más de uno y llegó a disparar a su coche cuando este no arrancó —mito o verdad, el gesto encierra la pasión incendiaria que despertaba el modelo—, el Pantera se convirtió en un fetiche de celebridades, pilotos y estetas del automóvil.
La versión Pantera GTS, lanzada en 1974, ofrecía una estética aún más agresiva con pasos de rueda ensanchados, franjas decorativas y llantas Campagnolo de aleación ligera. Posteriormente, surgieron evoluciones como el Pantera GT5 y GT5-S, que ya a mediados de los años ochenta incorporaban carrocerías ensanchadas, neumáticos anchos Pirelli P7 y alerones de competición, sin perder nunca el alma bruta del original.
Declive, Renacimiento y Legado
La colaboración entre De Tomaso y Ford se desintegró en 1975, debido a problemas con la fiabilidad inicial y una red de servicio poco preparada en EE. UU. No obstante, De Tomaso siguió produciendo el Pantera en pequeñas series hasta 1992, refinándolo paulatinamente, pero sin abandonar nunca su ADN fundacional.
Hoy en día, el Pantera es venerado como un icono de culto, una quimera mecánica que desafía toda clasificación. No es del todo un gran turismo ni un muscle car, ni un superdeportivo al uso. Es un híbrido visionario, un centauro de gasolina cuya estética rectilínea remite al futurismo industrial y cuya presencia sonora —un V8 sin filtros ni pudores— estremece tanto como enamora.

Conclusión: La Eterna Bestia de Módena
En un tiempo donde el automóvil comienza a callar sus motores para dejar paso a lo eléctrico y aséptico, el De Tomaso Pantera permanece como un símbolo inmutable del exceso poético y del romanticismo mecánico. Es la afirmación irrefrenable de que la potencia también puede tener elegancia, que el diseño puede ser feroz sin ser vulgar, y que la técnica, cuando es noble, deviene en arte.
El Pantera no solo fue un coche: fue una declaración de principios en acero, un rugido entre dos mundos, y un testamento de lo que puede nacer cuando se deja a los ingenieros y a los soñadores jugar con fuego.