El eco carnal de Druuna: anatomía de un futuro que palpita en tinta
En el vasto mapa del cómic europeo, donde la sensualidad roza la poesía y la ciencia ficción se tiñe de interrogantes metafísicos, Druuna emerge como una criatura única: un susurro de carne y metal, un sueño húmedo atrapado en un porvenir descompuesto. Creada por Paolo Eleuteri Serpieri, la heroína italiana no solo forma parte de la historia del cómic para adultos; es, en sí misma, un hito en la representación del cuerpo, una declaración artística que convierte la piel en geografía y el deseo en tinta que nunca termina de asentarse.

Serpieri imaginó un futuro distópico corroído por la peste, la decadencia urbana y la ruina moral. Sin embargo, ese paisaje de derrumbe no es el verdadero protagonista: lo es Druuna, figura totémica que avanza entre ruinas como una Venus postapocalíptica, consciente de que su vulnerabilidad es también su arma. El relato, siempre bordeando lo onírico, transita entre mutantes, religiones deformadas y máquinas que parecen exhalar un aire espeso y enfermo. Pero Serpieri, más que narrar, esculpe: cada viñeta es una pieza de orfebrería gráfica en la que la carne se convierte en un lienzo vivo.

El hiperrealismo del autor italiano no busca el pudor ni pretende disimular la naturaleza fundamental de la obra: Druuna es un territorio de exposición, una cartografía del deseo. La desnudez continua y explícita de su protagonista no actúa como mero reclamo, sino como una declaración estética que reivindica el cuerpo como mito, como símbolo, como fulgor primario en un mundo donde todo lo demás parece desmoronarse. Serpieri hace del erotismo un lenguaje, tan esencial como los diálogos o la arquitectura ruinosa que envuelve a la heroína.

La narrativa de Druuna es, en apariencia, una fábula clásica de supervivencia: la búsqueda de un remedio, la lucha contra la corrupción de la especie, el viaje hacia una salvación siempre esquiva. Sin embargo, esa línea argumental es solo una estructura de cristal que sostiene lo verdaderamente importante: la experimentación estética, la exploración del cuerpo femenino como ícono y como testigo silencioso de un mundo en perpetua mutación.

Quizá por ello, Druuna permanece como una obra inclasificable y, al mismo tiempo, absolutamente necesaria. En tiempos en los que la imagen tiende a ser aséptica y la sensualidad se diluye en filtros digitales, la audacia de Serpieri late como un corazón antiguo: irregular, feroz, intensamente humano. Su heroína sigue avanzando, desnuda y luminosa, entre los escombros del mañana, recordándonos que incluso en el futuro más oscuro puede haber una chispa de belleza que no se rinde.
Y así, Druuna no es solo un cómic: es un rito visual, un poema carnal, un recordatorio de que en el arte —cuando se atreve a mirar sin pestañear— la piel también puede ser profecía.




